-¡Vivan los novios!
Samuel y Dolores salieron de la iglesia mirándose a los ojos.
El noviazgo había sido corto, no hacía ni año y medio que el joven
rubio que decía que las palabras van sobre el viento y no dejaba de cavar y
sembrar patatas, había llegado de la Argentina. Intrigaba
a todos, pero se había enamorado como un pardillo, de eso no había dudas.
Hubo baile en la plaza, e hicieron migas y gachas corriendo el buen
vino entre unos y otros. Charlando y riendo, olvidándose de políticas... cada
uno que piense lo que quiera pero sin tocar. Eso decía Bernarda.
Los niños jugaban cerca del río, los miraba con devoción añorando ya
a la niña Lucía para que no se separase nunca de Alicia. Hacía un mes que había
tenido un nuevo aborto. Una pelota llegó a sus pies, se la devolvió a los críos
mientras su marido le daba un plato de migas. Los recién casados bailaban un
tango ante la admiración de los demás que sólo sabían bailar pasodobles y
alguna jota. Don Perico, el maestro republicano, contaba chistes y hasta el
cura los reía. Se iba el verano con buen tiempo, no hacía ni frío ni calor...
pero ella sólo pensaba en volverse a quedar embarazada.
Un flamante automóvil negro paró en el centro de la plaza. El chofer
bajó y abriendo la puerta de los asientos posteriores, invitó a Samuel y
Dolores a subir.
-Es una sorpresa del novio –le susurró la señora Angustias a
Bernarda- se los lleva a Guadalajara pa...
-¿Pa qué?
-¡Ay Bernarda, dónde estás chica! ¡Pa qué va a ser! –le decía guiñándole un ojo- ¿No te parece
romántico.
-¡Mucho, mucho...! –contestó mirando a los cuatro hijos de su amiga.
En octubre de 1934 la tranquilidad de todos empezó a cambiar. Don
Cosme, el joven párroco, recibió la terrible noticia del asesinato de su
hermano. Se habían ordenado sacerdotes a la vez, a él le enviaron a otro
pueblecito llamado Valdecuna, en Asturias. Y ahora avisaban de que le habían
matado y quemado su Iglesia.
Don Cosme abandonó el pueblo para ir al entierro y pasar unos días
con sus padres... y desapareció.
-Zacarías dice que en Asturias están ocurriendo cosas muy graves
–dijo Jacinto un día al volver de Sigüenza-, se habla de casi veinte curas
asesinados y otras tantas iglesias quemadas... y no solo eso sino que los
mineros han tomado las armas.
Su mujer le escuchó entre aterrada e incrédula, si lo decía Zacarías
bien podía ser mentira. No entendía esa amistad. Ni que le hubiera salvado la
vida, ni que fueran del mismo pueblo, ni leches. A la barriga de su hermana le
debía una lealtad.
Pero la señora Angustias, muerta de miedo, llegó a su casa con los
cuatro niños para confirmar que era verdad lo de Asturias. La familia de su
marido vivía en Oviedo.
-Mi Satur se acaba de ir p’allá
–dijo llorando.
Bernarda miraba a los chiquillos que jugaban con los perros de
Jacinto sin percibir la desazón de las dos mujeres. Sólo Juanito y Sergio, el
hijo mayor de la señora Angustias, se habían sentado en las escaleras del
portal con la mirada clavada en el suelo.
-Y dicen que don Cosme ha huido a Francia –decía Angustias sonándose
la nariz.
-Estaba en Barcelona, en casa de sus padres, y algo gordo ha pasado
también allí –contaba la mujer volviendo a llorar- y don Cosme ha huido.
-¿Ha huido? –volvió a preguntar Bernarda
-A Francia –dijo asintiendo repetidamente con la cabeza la señora
Angustias.
-La de Napoleón –apuntó Juanito que se había acercado a ellas.
-De eso ya menteraó
–contestó Bernarda alzando la voz-, pero ¿de qué ha huido?
-Ha huido porque es cura y no quiere que le maten como a su hermano
–dijo Zacarías desde la entrada de la casa.
La visita de Zacarías, que iba a Pelegrina a llevar víveres a sus
padres, fue todo un mazazo para Bernarda. Andaba metido en política y como
seminarista que había sido sabía cosas de la iglesia que los demás ignoraban.
Pero lo peor era que le estaba calentando la cabeza a su marido aún más “Y no
pué decir cosas asín sin estar
seguro, leches, y menos delante de los niños”.
Sin embargo Jacinto estaba encantado con la inesperada visita de su
amigo y aprovechó para enseñarle su enorme casa, el ganado y las pocas tierras
que le quedaban.
-¡Si vieras la casa y el auto que tienen! –le decía por la noche a su
mujer-. Y dos chicos bien obedientes y listos como su padre.
Bernarda le miró alzando las cejas y apretando los labios en un gesto
de incredulidad.
-¿Hasta cuándo te va a durar esa manía al señor Recio.
-Señor Recio, señor Recio, Zacarías a secas que los sinvergüenzas no
cambian –decía la mujer arropando a la niña y llevándose el dedo índice a los
labios para que guardara silencio-, hay cosas que me preocupan mucho más
–susurró apagando la luz.
Don Cosme seguía sin aparecer por lo que Bernarda, su hermana Micaela
y la pequeña Alicia, solían subir al hospicio de Sigüenza a oír misa. Un día
habiendo dejado ya a Juanito en la escuela iban en el carro, bien abrigadas las
tres, haciendo conjeturas de lo que estaba pasando.
-No creo yo que el Cosme haya huido –decía Micaela-, la gente habla
mucho y miente más, a veces para hacer daño y otras pa dárselas de listos.
-Y ¿dónde está? –le preguntaba su hermana.
-¿Onde está? –preguntaba la
niña imitando a su madre.
-¿Pero por qué la gente mata curas? ¿Por qué se mata? ¿Pa qué? ¿no tuvieron padres que les
enseñaron a respetar, a vivir la vida sin meterte con nadie? Respeta y te
respetarán –decía Bernarda entrando en Sigüenza.
-No te pongas tiste, mami,
Cosme es valiente –decía Alicia abrazando a su madre.
Micaela, mirando la dulce estampa de su sobrina, recordó que sólo los
niños dicen la verdad.
1 comentario:
creo, como muchos, que la Guerra Civil comenzó en el 34. Se sabe lo de los curas, que se quemaban iglesias y demás. Pero lo que hizo Carrillo lo saben 4, y no me refiero a Paracuellos.
Me aconsejaron que me callara. Si yo lo descubrí lo puede hacer cualquiera...
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