Silencios contados a media voz. Sonrisas
quietas en labios mudos. La historia de una vida y de las vidas que acompañaron
a ésta. La historia de mis gentes, de nuestras gentes, de una guerra entre
hermanos. Historias de la historia trazadas con una pluma ágil, costumbrista,
tan experimentada y precisa como lo es la de los mejores narradores
contemporáneos. Todo eso y más es, Las palabras del viento, de María Narro. Una
obra que, sin lugar a dudas, se merece un puesto destacado en nuestra narrativa
contemporánea. Una historia que te arrancará sonrisas, lágrimas y admiración,
como suele hacerlo un trabajo preciso y lleno de magia”
Antonia J
Corrales. Escritora y Correctora
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Fue un amago de Guernica, lo has hecho de maravilla. Con esa sensibilidad
que roza el dolor sin perder la sonrisa. Sigüenza se merece un sitio en la
historia que le corresponde.
Y tú la has colocado donde se
merece...
Almudena (Madrid)

La novela...

La novela...
(cada capítulo lleva nombre de mujer)

17 sept 2015

Bernarda Alba (7 -II)


Después de la misa salieron al patio en busca de Pilar y la niña Lucía, Fernanda estaba trabajando. El sol invitaba a pasear. Las encontraron jugando con la tierra, al lado de un columpio roto.

-No sé quién es más cría de las dos –dijo Micaela cuando las vio mientras Alicia salía corriendo hacia ellas.

Bernarda no le había dicho a su hermana el parentesco que en realidad las unía, tal como se lo había pedido Pilar pues necesitaba tiempo para contárselo ella misma. Se saludaban cuando una monja empujando una pequeña silla de ruedas, llegó al lado del columpio; sentado iba un chavalín de unos cinco años. El niño lloraba.

-¿Te puedes quedar con él un momento? -preguntó la hermana a Pilar antes de irse.

Las mujeres y algunos viejecillos del hospicio que tomaban el sol y se habían acercado, hacían cábalas entre ellos de cuál sería el motivo de que el niño no pudiese andar y tuviera las piernas tan flacas ¡Qué penica...!

 -¿Por qué lloras? -le preguntó la pequeña Alicia ante la atenta mirada de la niña Lucía.
-No me gusta éste sitio –contestó el niño haciendo pucheros.

Se llamaba Damián, había contado la monja cuando regresó al patio.
Su madre no podía hacerse cargo de él; desde que había muerto su marido ella sola cuidaba la tierra y a sus otros dos hijos, ni siquiera podía comprarle unas muletas nuevas para que saliera a la calle. El niño tenía polio y llevaba dos días en el hospicio. Echaba de menos a sus hermanos.
Pero había más niños lisiados allí, les explicó Fernanda al acabar su jornada en la fábrica de calzado...

-Lisiados o enfermos que se pasan el día en la cama, aunque en el propio hospicio no están, sino que estos niños viven en el hospital, que está aquí al lado, porque necesitan más cuidados. Y siendo sincera... porque a un niño enfermo no le va adoptar nadie.   

     
-Y entonces ¿qué ocurre con esos niños? –preguntó Bernarda asomándose a un mundo que desconocía.
-No ocurre nada en especial, si no acaban muriendo por su enfermedad, se crían y viven recluidos en sitios como éste o en hospitales alejados de los demás...    
-Pero eso es triste.
-No, Bernarda, es diferente, cuando te acostumbras sólo es diferente –decía Fernanda acariciando la cabecita de Damián-. Estos niños son ángeles pero necesitan mucho cariño. Y son alegres... muy alegres si no tienen dolor o están  enfadados por algo ¿verdad? -dijo sonriendo al niño.
-¿Quieres ser mi novio y valiente como el Cosme? –le preguntó la pequeña Alicia ante la sonrisa de todos y de un sol que ya se iba.

A los pocos días Dolores y su marido Samuel llegaron a casa de Bernarda llevando unos bizcochos borrachos. La agradable visita se convirtió en una fiesta para los niños, Juanito, a sus trece años, no había probado nada igual en su vida. No le dejó ni un bizcocho a  su hermano. Con la boca llena reía los recuerdos del día de la boda cuando hizo estallar un petardo dentro de la iglesia a la hora de comulgar. Alicia se había sentado encima de las rodillas de Dolores y se dejaba trenzar el cabello.

Jacinto llegó del campo un poco antes de anochecer, querían hablar con él. Bernarda sacó vino y un poco de chorizo de la matanza y se sentaron todos de nuevo. Le explicaron que necesitaban comprarle un terreno que colindaba con el pozo nuevo, pero no tenían dinero. Ofrecían un trueque: ocho cabras y leña para un año.

-Es todo lo que podemos daros, hay que ampliar la casa... ya viene el primero en camino” dijo Samuel poniendo la mano en el vientre de su mujer.
-¡Enhorabuena, argentino! –le dijo Jacinto levantándose y estrechando su mano con efusión- ¿La del pozo nuevo...? Esa tierra la tengo yerma –y mirando a Bernarda mientras ésta le sonreía asintiendo dijo- y es vuestra junto con las cabras y la leña, mañana hacemos los papeles.
-No,  no, no... no pode...
-Sí podéis, la República me quita tierras y me sube los impuestos y vosotros me queréis pagar una tierra que no utilizo.
-Pero comprende, Jacinto, que algo te tendremos que dar a cambio...
-Es que no necesitamos nada...
-Unas muletas y no se hable más –dijo Bernarda.

Se la quedaron mirando todos.

-¿Cómo has dicho...? –le preguntó su marido.
 
La mujer explicó lo del niño del hospicio que necesitaba unas muletas de madera. Del pinar de arriba podrían conseguir la madera y el padre de Dolores que era carpintero hacérselas. No era descabellada la idea y sí una necesidad como la tierra.

-De acuerdo -se oyó.
-Pues no se hable más –dijo Jacinto levantando su copa de vino.

 
Hacía varios meses que don Perico, el maestro, había comenzado con sus clases para adultos que tanto anunciara. Los mayores iban al colegio cuando acababan los niños. Daba charlas de formación o les enseñaba a leer y escribir; les enseñaba los ríos y montañas de España, y poco a poco les había empezado a hablar de la II República.  La gente del campo tenía derecho a saber y dialogar sobre lo que ocurría en el gobierno. Libertad, igualdad y fraternidad. Una soñada democracia. 

-Mira, Bernarda, tú te me vas a las clases y aprendes a leer –le decía su marido-, y espantas tós los pájaros que os eche el maestro a la cabeza. Y a ver si pués atusar los suyos un poco. Aquí y en tós los reinos del mundo entero, y de la América, y de la Europa también... y hasta en la Argentina fíjate tú, o pregunta... pregúntaselo al Samuel y verás, ha mandado siempre el dinero. Unos tienen más que otros, y eso es así y siempre va a ser así. Por muy farrucos que se pongan quitándome las tierras yo no exploto a mis jornaleros ni les dejo morir de hambre –decía Jacinto recordando que un día él pasó más hambre que nadie.

Y Bernarda aprendió a leer.
Aprendió a leer porque quería saber qué estaba pasando, necesitaba entender el significado de la palabra libertad cuando asesinaban al hermano del Cosme y quemaban su iglesia y nadie hacía nada. Y sobre todo estaba empeñada en descifrar la palabra igualdad porque a ellos les quitaban las tierras, pero los mineros de Asturias morían en la más absoluta miseria mientras hacían aún más ricos a los mandamases... según contaba el marido de la Angustias.

Pero era tarea imposible, ella era demasiado bruta para entender nada.

1 comentario:

María Narro dijo...

la historia -REAL- del hospital y hospicio de mi novela es el auténtico porqué de adentrarme en la Guerra Civil Española.
Yo y las causas pérdidas. Que no soporto las Injusticias. O que nadie pintó un cuadro, como en Guernica.