-Me hace daño...
-Te aguantas. Eres mi perdición. No escuchas a nadie igual que tu padre.
¡Ya salió!
Lo tenía claro, había comenzado mi andadura por el mal camino. Y ya que ni Dios, ni mi hermana, ni todos los santos muertos contestaban a mis oraciones, tuve que comprarme el libro de aquel Miguel. Costó quince pesetas. Rompí la hucha, los ahorros, y los planes de escapar del pueblo como Alicia, mi madre. Pero estaba segura de que entre aquellas páginas encontraría la diferencia entre el buen camino y el malo.

El camino de Miguel Delibes fue el primer libro que leí cuando corría el invierno de 1962, yo tenía nueve años. Buscaba una respuesta y encontré los recuerdos de Daniel el mochuelo, recuerdos que hice propios y me animaron a soñar, o a lo que era lo mismo por entonces para mí, a leer.
Morse, en realidad se llamaba Javier pero ni él se acordaba, era el hijo del panadero y mi mejor amigo. Tenía dos años más que yo y era muy feo según decía todo el mundo, con su cara repleta de pecas, los ojos demasiado azules, el pelo mal cortado a tazón y las orejas de soplillo, pero yo le veía bonito. Se lo dije una vez y se enfadó, además de ponerse rojo como un tomate, decía que ese adjetivo no existía, pero si yo era bonita, él siendo chico qué iba a ser sino bonito.
Mas aunque se enfadara, para mí era lo más bonito del mundo desde el día en que enterraron a mi hermana; desde aquella tarde en la que caminaba torcida hacia el cementerio y me cogió de la mano.
A Morse le encantaba hablar de su abuelo Samuel, el primer Morse, y yo le escuchaba con devoción.
Decía que había llegado a España en 1933, y que venía huyendo de las garras del Tercer Reich desde Argentina. Mi amigo aseguraba que su abuelo era uno de los mejores radioaficionados del mundo, y que cuando Hitler fue nombrado canciller, los alemanes captaron las ondas de su radio y quisieron reclutarle en sus filas, pero él se negó y le amenazaron. A los pocos días alguien incendió la casa de sus padres y su abuelo supo que tenía que abandonar a los suyos antes de que ocurriera alguna desgracia.
-Sospechando que los alemanes le acosaban -seguía contando Morse- decidió venir aquí porque decía que este pueblo estaba muy escondido, claro que si hubiera adivinado quién sería el aliado de Franco no creo que... Pero bueno, a lo que voy... el caso es que se convirtió en agricultor y ocultó sus dotes de radioaficionado, pasó de la República aunque sus ideas se parecían, y se hizo casi invisible. Enseguida conoció a mi abuela y se enamoró al primer golpe de ojo. ¡Era muy pasional!... -señalaba Morse al verme sonreír-. No volvió a tocar una radio -seguía contando- ni quiso saber nada de ellas, y sin embargo, fue su dominio del código morse lo que impidió que los fascistas le fusilaran en el penal de Valdenoceda cuando acabó la guerra. Pasaron tanta miseria y hambre en aquel penal que no lo olvidó nunca... <<¿Cuánta hambre puede tener una persona para que sus mejores sueños sean un simple trozo de pan?>> ...les gravó en la frente a sus ocho hijos durante años, por eso creo que todos mis tíos son panaderos –concluía muy serio con un brillo de admiración en la mirada...(...)