Han llamado hace un rato por
teléfono para darme los resultados de la amenocentesis, todo está bien. El bebé
viene bien, otra niña.
Se lo tengo que decir, pero está
en el campo ultimando un sistema de goteo para poder regar más a menudo. Este
verano está siendo demasiado seco. Él no quería que me hiciera la prueba, fue
la doctora la que lo aconsejó aunque nunca sabré si hubiera sido capaz de
interrumpir el embarazo. Es el fruto de nuestro amor lo que crece aquí
dentro... nunca hubiera podido... ya da igual, todo ha salido bien.
Laura y Mofi están en los
establos viendo cómo María, la hija de los guardeses, prepara los caballos. Mi
hija tiene casi nueve años y es feliz estando en contacto con la naturaleza y los animales de la finca. A Morfeo sin
embargo no le gusta mucho esto desde que la niña ha empezado a montar a
caballo, Miguel no le deja que camine al lado del animal y le ladra... creo que
hasta llora y me lo tengo que llevar.
Al poco de reanudar mi amistad
con Morse, vino a Valencia a conocer a Laura. Se cayeron bien enseguida, era imposible
lo contrario, y un día, cuando fue a buscarla al colegio con mi padre, conoció
a Miguel, su profesor. Hablaron de la finca, de los caballos y de los beneficios
que un sitio así le podría reportar a un niño discapacitado.
Ambos se quedaron entusiasmados
con la conversación y quedaron en tomar unas cañas al día siguiente antes de
que Morse volviera a Sigüenza. Me pidió que les acompañara pues quería comentarme
algo.
Sentados en la terraza en la que
habían quedado esperábamos mirando al mar. Una pareja ocupó la mesa de al lado,
entre susurros se besaban sin importarles nada más. Estaban junto a nosotros,
tan cerca que busqué otra mesa por no invadir su intimidad. Todas estaban
ocupadas. Suspiré y miré al suelo, no me encontraba a gusto. Creo que a él le
pasaba lo mismo porque se tocaba una oreja sin saber qué hacer ni qué decir...
habíamos quedado en ser amigos y me moría por besarle... y me daban envidia los
de la mesa de al lado y se iba mañana y...
¿Es que un hombre y una mujer no
pueden ser sólo amigos? ¿Ni aunque se lo propongan? La puesta de sol me estaba
nublando los sentidos.
-¿Otra caña? –pregunté de la
forma más tonta que recuerdo.
Morse asintió sonriendo
divertido.
Llamé al camarero mientras veía
a Miguel acercarse a nuestra mesa.
Se disculpó por el retraso y enseguida
empezó a hablar de un método alternativo de terapia de rehabilitación para
niños y adultos, con discapacidad física o mental, que utilizaba al caballo
como herramienta terapéutica en ambientes naturales... hipoterapia se llamaba.
Le mirábamos fascinados mientras
hablaba ¡Cómo podía saber cosas así! Ni me molestaban ya los de al lado.
-Es una terapia que se está empezando a usar
en la India
–seguía contando con los codos apoyados sobre la mesa, se notaba que le
apasionaba el tema y lo contagiaba-,
tengo un amigo que estudia en Nueva Deli y allí esta técnica es pionera,
ahora, en 1988, dudo que alguien en España sepa lo que es la hipoterapia pero
dentro de varios años se sabrá... porque funciona.
-¿Funciona? ¿Pero sirve
cualquier caballo? –preguntó Morse realmente interesado.
-A ver... por partes. Partiendo
de que el ejercicio al aire libre es bueno para todos, esta terapia es
imprescindible que sea aplicada por profesionales en rehabilitación. Primero el niño o adulto tendría que
ser evaluado para determinar los ejercicios terapéuticos que habría que hacer
sobre el caballo, montamos con el niño, la seguridad es lo mas importante,
hasta que pueda ir solo...
-¿Solo? –pregunté algo asustada.
-No, siempre hay una persona que guía el caballo de las riendas... y
algunos llegaran a sujetarse solos sobre el caballo y otros no, pero los
beneficios son los mismos. Se divierten, mejoran su coordinación, tono
muscular, equilibrio, confianza...
-¿Y los caballos? –recordó Morse.
-Ah, sí, han de ser dóciles y estar bien entrenados, que conozcan poco a
poco a quien van a llevar encima sería lo ideal...
Seguimos hablando un buen rato más. Morse puso a disposición de Miguel
su finca y dos caballos durante los meses de verano. Pero aquello no era tan
fácil, se necesitaban licencias, profesionales...
-No tenemos prisa ¿no?
Y antes de irnos, mi fe y fantasía se volcaron sobre el hombre al que
amaba con toda mi alma, cuando dijo:
-Hace días que vengo pensando, y por eso le he pedido a Merche que
viniera, utilizar el código morse para expresar las palabras que Laura no puede
decir.
-¿El código morse? –preguntó Miguel poniendo los codos de nuevo sobre la
mesa.
-Sí, ya sé que la niña no tiene la velocidad necesaria en las manos...
pero con un ordenador...
Le miraba y escuchaba extasiada. Apenas conocía a mi hija y ya sabía que
sus palabras existían, y él quería lograr que el viento las trasportara sin
dificultad para que la niña se pudiera comunicar.
Horas más tarde, ya en mi habitación, me era imposible conciliar el sueño
sabiéndole en el dormitorio de al lado. Casi nos habíamos besado en la cocina
antes de que entrara papá. Me estaba volviendo loca. Encendí la luz. Me levanté
y busqué en la parte alta del armario una pequeña caja de cartón. Allí estaba,
al abrirla la cartulina roja me dijo que lo hiciera...
Sólo él lo entendería si estaba despierto.
...- . -.
ven
Golpeé suavemente en la pared un
par de veces.
Cuando Morse y yo nos dimos
cuenta de que nuestro amor iba mucho más allá de cualquier tiempo pasado,
decidimos casarnos. Por muchos episodios que tuviera la vida, el destino nos
había vuelto a unir. Elena... su mujer, siempre sería la princesa argentina con
la que quiso tener hijos, pero yo era su presente y su futuro. Y él era mi
hogar, lo que me faltó durante años y no quería volver a perder.
Nos casamos hace un año en las
Hoces del Río Dulce, tuvo que ser por lo civil pero conseguimos casarnos allí.
Hacía poco que había muerto el abuelo Zacarías y no lo celebramos; tan sólo mis
padres, su padre y Laura nos acompañaron.
Y el viento... sus palabras.
Un viento que no dejaba de
mencionar a todos los que se habían ido, las injusticias, la crueldad
silenciada de un pasado demasiado cercano; un viento que nos mostraba el pasado
para recordar y poder olvidar; para aprender, para entender y afianzarnos
caminando hacia el futuro.
Las palabras de un suave viento
que me traían a dos bellas damas de honor: mi abuela Bernarda y mi hermana
Isabel.
1 comentario:
la hipoterapia y el código morse era lo único que tenía claro cuando empecé a escribir la novela, lo demás surgió a base de mucho trabajo.
Espero que os haya gustado.
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