Unos días
después aprovechando que Jacinto iba al mercado de Sigüenza a por simientes y
algunos aperos de labranza para la cuadrilla que trabajaba las tierras que le
quedaban, Bernarda decidió ir con él y pasarse por el hospicio.
Dejó a Juanito en la escuela, y, abrigando a la pequeña Alicia, subió al carro. El solitario sol en aquel cielo raso engañaba más que otra cosa y madre e hija se echaron una manta por encima.
Dejó a Juanito en la escuela, y, abrigando a la pequeña Alicia, subió al carro. El solitario sol en aquel cielo raso engañaba más que otra cosa y madre e hija se echaron una manta por encima.
¡Qué bueno
sería comprar ese automóvil que le han ofrecido a Jacinto!
-A ver la República qué hace con
nuestro dinero -decía su marido.
En el
hospicio las recibió Pilar que estaba enseñando a andar a la niña Lucia...
-Mírala –dijo
Bernarda cuando las vio-, ¡pero qué preciosidad de niña, Virgen bendita!
Fernanda no
estaba allí, tenía el día libre, y Pilar aprovechó para enseñarles aquello
dejando a las dos niñas jugando con los demás chiquillos. Las salas eran
inmensas y llenas de luz; conocieron a la gobernanta además de estrechar muchas
manos agradecidas no sabiendo ellos muy bien el porqué. Jacinto enseguida dijo
que se tenía que ir y que la esperaba cerca del mediodía en la plaza mayor.
Cuando Bernarda sintió que ya no había presencia masculina que la cohibiera se
agarró del brazo de Pilar y le dijo:
-Esto es más
cosa de mujeres ¿verdad? –Pilar asintió esbozando una sonrisa forzada-. Dime
por qué quieres que la adoptemos –dijo mirando a Lucía que jugaba con la
pequeña Alicia.
-Mi hermana y
yo no queremos que se la lleve cualquiera, la trajeron cuando sólo tenía un mes
y la hemos cogido mucho cariño. Ya casi tiene el año, es una niña muy sana y...
-La verdad,
Pilar –dijo Bernarda cortándola.
-¿La verdad?
No te entiendo, Bernarda...
-Sí, sí mentiendes... puede que a mi hermana,
que de lo buena que es parece medio tonta,
la hayáis engañado pero a mí no.
-No te entiendo, en serio...

-No hace falta, Bernarda, la amamanto yo y sí... es mi hija –le
contestó Pilar mirándola a los ojos y con la cabeza muy alzada.
-Eso está mejor... y ahora ¿me lo cuentas?
La explicación era sencilla, la historia de Micaela se volvía a
repetir. Seminarista deja a chica joven preñada y lo niega. O Bernarda era muy
tonta o cada vez entendía menos la atracción de lo prohibido “lo que no se pue pues no se pue ¡Qué se metan a putos y no a seminaristas, leches!”; pero lo
que sí entendía eran las mentiras e invenciones de Pilar y de Fernanda por
estar cerca de la niña Lucía. Y por eso, sólo por eso, dijo que su techo sería
el de la niña cuando tuviera tres o cuatro años y dejara de amamantarla.
Firmarían los papeles, ante el alivio de Pilar, y nadie que no fuera Bernarda
se la podría llevar.
Impensable era que una mujer soltera como ellas se hiciera cargo de su
hijo, ni siquiera en el hospicio.
Pasado el mediodía Bernarda, con Alicia en brazos, buscaba entre los
puestos de la plaza mayor a su marido. Tenía tantas ganas de contarle lo de la
pequeña Lucía; sabía que no se iba a oponer porque le gustaban mucho los niños.
“Dentro de tres años la tendremos en casa, vendremos cada mes a verla para que
se acostumbre a nosotros, y seguro que yo pa cuando nos la llevemos ya tendré
dos niños más”. Nada... que Jacinto no estaba allí. “Ya estará con el politiqueo”.
![]() |
Plaza Mayor, Sigüenza año 1.912 |
Siguió esperando mientras la niña se empezaba a dormir.
-¡Qué pacencia y qué aburriá me tiene con las políticas!
-¡Pelea, pelea! Hay pelea en la bodega del Isidro –dijo un niño que
pasó corriendo a su lado.
-¡La madre que le parió! –dijo Bernarda cerrando los ojos e intentando
recordar por dónde se iba a la bodega.
Le encontró en la puerta medio mareado, echaba sangre por la boca y
Bernarda corrió hacia él. Una de las mujeres que había entre un grupo de
curiosos dijo que ella le sujetaba a la niña. Dudaba de todo pero tenía que
socorrer a su marido y al mirar aquella mujer y ver a Encarna, la mujer de
Zacarías, asintiendo con los labios apretados le entregó a la pequeña.
La sangre es muy escandalosa, además de dos dientes rotos y varios
moratones por todo el cuerpo no tenía nada. Eso dijo el médico después de
examinarle en el consultorio al que les habían llevado Zacarías y Encarna.
Una vez que los tres hubieron salido de Sigüenza y Jacinto se sintió
arropado por la seguridad que le daba vislumbrar de nuevo su casa en el
horizonte, empezó a hablar cuando la niña, todavía asustada, se quedó dormida.
-¡Cacique... me llamaron cacique porque digo a quien me quiere
escuchar la verdad... esto de la
República no tiene solución y si no al tiempo! ¿Cacique yo? ¡Mecagonlahostia que gente más cerrá! Si no está allí el Zacarías me
matan.
Bernarda no dijo nada, no tenía nada que decir, tan sólo abrazó a su
pequeña protegiéndola del frío y de las dudas que producen no saber qué está
pasando.
1 comentario:
éste es uno de mis capítulos preferidos. Yo de pequeña iba a ayudar a un asilo que había detrás del parque de la Concordia, y eché mano de los recuerdos.
Los diálogos... Bernarda tomó el mando. Cuando Pilar empieza a no entenderla, yo tampoco podía. Me paraba unos diez minutos y seguía escribiendo.
¡Toma!
Fue precioso y muy grande darles vida a mis personajes.
Publicar un comentario