Llevaba esperando cosa de media hora, pero el macho no aparecía... es
difícil olvidarse de mi olor, al menos eso decía Morse.
Rebusqué en la mochila el libro de Miguel Hernández y lo abrí
mientras me recostaba en el árbol:
<<Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio...>>
Iba a empezar a leer en voz alta cuando me di cuenta de que los dos
corzos estaban en el valle.
El macho hacía círculos alrededor de la hembra, pequeños círculos que
se iban encogiendo. Restregaba con su frente el suelo, “Como si marcara un
ocho”, recordé. La hembra le miró y se acercó a él sin salirse del ocho... me
colgué la mochila a la vez que me levantaba sigilosamente con el libro en la
mano. Era hora de irse, a mí tampoco me gustaría que nadie mirara.
Regresé a casa mucho más animada. Fernanda tendía la ropa mientras la
abuela me chillaba algo por la ventana. No la entendía... pero al oír algo de
un recluta me acerqué y entré en su habitación corriendo.
-¡El recluta nos ha escrito! ¡El nieto del argentino nos ha escrito! –dijo
casi gritando de alegría y mostrándome la carta-. ¡Venga lee!
-No, abuela –le dije riendo-. Morse me ha escrito sólo a mí.
-Déle la carta a la chica, Bernarda, y deje de cotillear –se oyó
desde la cocina.
-¡Tú te callas, Fernanda, que mi nieta y yo ahora somos tertulianas y
tenemos mucha confianza pa’ tó, o no
habernos dejado solas en la carretera...!
Sonriendo la di un beso y tomé la carta.
Con las palabras de Morse entre mis dedos y la agradable sensación de
haber pasado aquella mañana en las Hoces, subí a mi cuarto. Me tumbé en la cama
y rasgué el sobre.
Mi querida Merche, ésta es la
primera carta que escribo de verdad, creo que no sabré... como no sé hacer
nada.
Esto no me gusta porque no me
dejan pensar por mí mismo y se han olvidado de que además de soldados somos
personas... pero tú no te preocupes, Merche, que también hay cosas más
agradables como mi compañero de litera El lechuga lo que pasa es que la vida
militar no está hecha para mí. Como sé que no podrás venir a la jura de bandera
te voy a contar como es esto y lo que hice desde que llegué...
...el gigantesco patio ya
estaba lleno de reclutas vestidos de paisano de otras ciudades y pueblos. Nos
hicieron formar y como era hora del almuerzo, lo primero que hicimos fue entrar
en el comedor. En las mesas todavía había restos de comida del anterior turno. Nos
fuimos sentando cada uno en el lugar que nos asignaron. En una bandeja,
ensalada de lechuga y cebolla y un bistec no sé de qué, rebozado y que flotaba
en un dedo de liquido que no supe si era agua, vinagre… o qué se yo… había
vino, pan y de postre una naranja.

Bueno, pues después de comer,
nos hicieron formar de nuevo en el patio. Estuvimos un buen rato formados en
posición de descanso sin saber muy bien qué teníamos que hacer. Se escuchaban
en la fila comentarios diversos: que si a las duchas, que si a la barbería, que
si al médico… finalmente la fila se puso
en marcha. Entramos en un local y nos desprendimos de todas nuestras ropas y
objetos personales y pasamos a las duchas. Previamente nos habían dado una toalla,
una pastilla de jabón, unos calzoncillos y una camiseta, Las duchas era un
lugar contiguo al sitio donde nos habíamos
despojado de la ropa de paisano.
Era un enorme local de techo alto y amplios
ventanales. En el centro, dos fileras de lavabos muy limpios todos y al fondo las duchas, que eran individuales
aunque la separación entre ellas era un estrecho tabique. El agua era caliente
y abundante. De allí pasamos al médico y luego a la barbería...
...el dormitorio y lugar de residencia están en el
segundo piso. Es una habitación enorme, con mucha luz y muy limpia donde las literas, de dos pisos,
ocupan prácticamente toda la superficie. Arrimadas a las paredes, la taquillas
metálicas donde puedo guardar mis cosas y poner tu foto.
...Merche, no te olvides de
escribirme a la dirección que te envío y cuéntame como estáis todos, pero sobre
todo no te olvides de pensar en mí.
Te quiero mucho.
Morse.
(recuérdalo siempre.
Tú le diste sentido a mi vida)
-¿Bajas ya y me cuentas?
-Espere un momento, abuela, que le estoy escribiendo.
Faltaba una semana para que finalizara el mes de agosto cuando mi
abuelo apareció por la casa. Yo estaba barriendo el portal. Me alegré mucho,
pero también me asusté. El tío Miguel dijo desde el coche que se había empeñado
en verme antes de irse y no había forma de hacerle cambiar de opinión. Ellos
también tenían casa allí aunque pasaban el verano en la playa y se habían
acercado sólo a dejar unos trastos al venir de las vacaciones.
Comprendía sus ganas de verme y me oprimía el pecho la reacción de mi
abuela si le veía. Estaba oyendo la radio en la cocina. El abuelo sabía de mi
inquietud mas su seguridad me desarmaba, tan morenito y oliendo aún a mar...
-Quiero hablar con tu abuela, Merche.
-No... no, no, abuelo, mejor que no.
-Un juez no tiene porqué negociar lo que se puede solucionar hablando
–dijo haciendo ademán de entrar en la casa.
-¿De qué habla? –pregunté poniéndome delante de él.
-Álvaro vuelve ya y quiere que el juez le quite tu custodia a Bernarda.
-¿Mi padre? ¿Qué custodia?
Palabras, sentimientos, ausencias y recuerdos, jueces, padres, olor a
mar, el portazo y maldición de la abuela cuando le vio, más terca que una mula,
testarudo como un alcornoque que decía su hijo Miguel...
Me desperté en el consultorio de don Justino, mi tío estaba a mi lado
aunque pensaba en Morse con la cabeza rapada.
-¿Qué ha pasado? –pregunté terriblemente confundida intentando
incorporarme.
-Sufriste una lipotimia –me dijo el médico-, quédate tumbada un par
de minutos, tanta calor y la anemia no son buenas amigas. Y las emociones,
Mercedes, tu abuelo ya me explicó...
Se acababa de ir para tranquilizar a la abuela que no había podido
venir al consultorio por su silla de ruedas...
-Ésta tarde habrá tormenta, por eso hace tanta calor –le decía don
Justino a mi tío Miguel cuando nos íbamos.
La abuela me abrazó al llegar a casa, les di un beso a mis dos
abuelos y me senté ante un buen plato de macarrones. Ellos se fueron a hablar y
yo sería el motivo por el que se mirarían de nuevo a la cara, según me contaba
Fernanda...
-Los dos te quieren y esa es la mejor baza. Antes, cuando te
desmayaste, dejaron de chillarse o los recuerdos, aparte porque sólo contabas
tú... todo se va a solucionar, Mercedes, ya lo verás. Bernarda escuchará por
fin que Zacarías no fue el culpable de la muerte de su marido... lo malo va a
ser mi madre Micaela cuando venga del lavadero...
-¿La tía Micaela? –pregunté con la boca llena y encontrándome mucho
mejor.
No le dio tiempo a contestar. Oímos abrirse de golpe la puerta de la
calle y la vimos pasar como una tromba hacia el comedor. Fernanda y yo nos
levantamos de la mesa y la seguimos. La tía chilló a mi abuelo e intentó
pegarle hasta que la abuela se puso en medio llamándola cría rencorosa...
-Tal vez fue un desliz de juventud, pero yo lo parí y era tu hijo –le
chilló antes de pedirle que abandonara su casa.
Mi tío Miguel había entrado alertado por los gritos y se llevó a su
padre que parecía una estatua. Las lágrimas corrían a su antojo por mis mejillas
sin saber qué pasaba.
-Tranquila, Merche –dijo la abuela cogiéndome una mano-, que aún
sigue enamorá de él y tu abuelo no
sabía ná de ná.
1 comentario:
A negarse a hacer el servicio militar, algo que te imponen, en España no se pudo hasta que no se aprobó la Constitución en 1978. Aunque, al menos yo, no oí hablar de los objetores de conciencia hasta mediados de los ochenta.
normalmente a los chicos les encantaba la mili, pero el caso de Morse está basado en un hecho real.
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