Me incorporé tan rápido que desperté a Roberto. Después de decirle
que sólo había sido un mal sueño, jugueteó lascivamente ronroneando como un
gato y se quedó dormido sobre mi pecho. “Había sido tan real”. Miré el reloj,
las cinco y media de la mañana. Volví a cerrar los ojos, pero veía de nuevo a
Morse en nuestro mirador de las Hoces del Río Dulce gritando al viento. Abrí los
ojos intentando desintegrar la oscuridad de los sueños; al menos la oscuridad
que ese sueño había dejado en mi alma. ¿Por qué ahora?
Aquella noche de pasión con Roberto después de tantos meses había
atravesado el clímax de la felicidad, o eso creía. Sentirme deseada así me
volvía loca. Sabía que la palabra futuro junto a él no tenía sentido aunque fuese
el padre de Laura, no al menos en el sentido de quien ama a una sola mujer...
¿y yo? ¿Acaso puedo decir que le amo sólo a él?
Ni tan siquiera puedo decir que le amo...
Se dio la vuelta. Era incapaz de volverme a dormir, los sueños que
conducían al pasado me hacían daño todavía; me levanté sin hacer ruido. Encendí
la radio en la cocina, Stevie Wonder sólo llamaba para decir te quiero... “Yo
no me fui a la Argentina
ni me olvidé de nadie”.
Desechando pensamientos que enturbiaban mi mente, preparé el desayuno
y entré en la habitación de la niña. Aún era pronto...
¿Con qué sueñan los niños cuando sonríen?
¡Me daba tanta paz mirarla!
Paz y niños, esas dos palabras eran sagradas, iban unidas aunque
todavía rechinaran dentro de mí las imágenes que vi de la guerra civil para
hacer el artículo. Sólo nombré la verdad sin contarla. Me tiré por la poesía...
y la censura dijo no. Sin Franco, con Suárez, en una democracia... Según
Roberto pasaron cosas en éste país de las que nunca se podrá hablar. Nunca.
Pero yo seguiré intentando entenderlas, por lo míos, por mi madre... aunque en
el periódico ya sólo me encarguen cuentos sobre animales.
Cuentos, niños...
¡Y fuerza! Mi hija me da toda la fuerza del mundo al mirarla; fuerza
para seguir, para prepararle un mundo mejor, para enseñarla a vivir.
Casi tenía dos años. Ya gateaba bastante bien, pero no había
intentado ponerse de pie ni sus piernecitas la sujetaban cuando le obligaba su
fisioterapeuta, por lo que los médicos pensaban que tardaría en andar, o
quizá...
Hasta que nació Laura la vida me había empujado a esperanzarme,
ilusionarme e idealizar un quizá, o por el contrario a temer la posibilidad. La
parálisis cerebral de mi hija me estaba enseñando a ignorarlos, siempre hay
solución para todo menos para la muerte, y esa solución se haya dentro de la
palabra actitud. Hacía mucho tiempo, cuando la abuela sufrió la trombosis y
después cambió, imagino que debí haber aprendido algo parecido pero entonces yo
era muy joven para darme cuenta de que la vida, sólo la vida... era la mejor
escuela.
En la asociación que estoy empezando a visitar, donde me junto con
otros padres que pasan por lo mismo que yo, nos damos ánimos unos a otros, y
sobre todo hablamos de lo que no sabemos con quién hablar. El primer día que
estuve en ‘una charla desahogo’ no supe qué decir. Vi mis miedos más intrínsecos
reflejados en otras mujeres que no había visto nunca, y me sentí extraña, como si me estuvieran desnudando
a la fuerza.
Una juraba que nunca se iba a volver a quedar embarazada por miedo a
tener otro hijo ‘así’, otra decía que le hundía el pensar que siempre iba a
tener que cuidarle porque no sería normal; otras no querían llevar a sus hijos
a colegios especiales, buscaban una integración...
¿Integración? Si el colegio tiene escaleras y mi hijo no las puede
subir ¡Qué hagan una rampa!
Luego habló el terapeuta, un psicólogo. Habló de la importancia del
presente, de vivirlo y disfrutarlo. No sirve de nada adelantar acontecimientos
que son... humo, sí, eso dijo, lo importante era luchar y trabajar por lograr
que fueran dueños de la mayor independencia posible algún día y eso se consigue
cuando son niños. Ahora.
Miré a mi hija que seguía sonriendo mientras dormía. “Lo que
realmente me ayuda es saberla feliz”, y recordé su mirada de alegría cuando nos
veía a su padre y a mí, cuando empezaba a reconocer a su familia.
Oí a Roberto abrir el grifo de la ducha.
Dejé a la niña dormir un poco más y fui a ducharme con él.
Pocos días después y mientras Laura se quedaba con la señora que la
cuidaba cuando yo no podía, me dirigí a una cafetería cerca de casa. Estaba muy
nerviosa pero tenía que hacerlo. Eché de menos no haberme maquillado más
creando una máscara que ocultara mis emociones, no soportaba la idea de que
supiera la falta que me había hecho ni lo importante que era para mí aquel
encuentro, pero tampoco quería hacerla daño. Era un caos, todo era un caos... y
estuve a punto de volver a la seguridad que me proporcionaba mi hija, hasta que
la vi.
Llevaba un traje chaqueta malva, la media melena recogida en la nuca
y sus ojos los ocultaba tras unas grandes gafas negras. Se levantó y alzó un
brazo para llamar mi atención. La cafetería estaba muy concurrida aquel viernes
por la tarde. Pedí un café con leche y me senté frente a ella. Se quitó las
gafas antes de preguntarme por Laura. Mientras le contaba sus progresos
descubrí sus ojeras y lo guapa que estaba, no dejaba de darle vueltas con la
cucharilla a su café y supe que también estaba nerviosa...
-Gracias por llamarme, Merche... supongo que te habrá costado mucho,
te entiendo más de lo que piensas –dijo sacando y volviendo a meter la
cucharilla en la taza.
-La otra noche, al hablar con la abuela me dijo que te habías vuelto
a Madrid..
-Sí... en realidad no sé lo que hacía allí –alzó los hombros y miró
hacia la ventana-, pensé que mi madre me necesitaba, pero tiene a Fernanda... y
como ya no trabaja –dijo suspirando y volviéndome a mirar-, se apañan tan bien
y están tan unidas... que creo que sentí envidia.
-Eso me dijo la abuela –le dije sonriendo y empezando a relajarme-,
pero tienes que entender que llevan muchos años juntas y al faltar la tía
Micaela se han volcado la una en la otra.
-Si lo entiendo... pero siento como si el tiempo me hubiese robado su
amor... y el tuyo –me contestó mirándome tan fijamente que sentí que buscaba mi
alma.
Bajé los ojos y guardé silencio.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí, ni cómo empezó a hablar de mi
padre, de su ausencia y de mí.
Se habían conocido durante la guerra civil, en el refugio donde mi
madre empezó a amar la seguridad de sus brazos.
Cuando la familia de mi padre volvió del exilio se hicieron novios
pese a la clara oposición de la abuela Bernarda. Ellos se querían, formaban
parte el uno del otro... poco pudo hacer nadie por impedir esa unión. Se
casaron y enseguida nacimos mi hermana y yo. “Pusisteis de cabeza la dictadura
de Franco con vuestras travesuras”, dijo mi madre haciéndome sonreír.

-Lo tenía todo –continuó-. Todo el amor del mundo en mis manos...
hasta que enfermó, primero Isabel y luego tú. No sé... fue como si empezara
otra guerra pero mucho más profunda. Coincidi
ó el miedo a no saber qué pasaba
con la muerte de tu abuela Encarna y le fallé... cuando más me necesitaba el
hombre que amaba no supe estar con él.
Me atrincheré bajo la protección de mi madre mientras me enteraba que Isabel tenía leucemia. El cáncer no había
llegado a ti y esa debió ser la buena noticia, mi salvavidas donde asirme... pero
verla debilitarse día a día me estaba hundiendo, me mataba a mí también... y os
dejé solos. A tu padre y a ti. Sé... sé que esto que te cuento no es excusa
para nada... no sé... yo... ¿quieres que
continúe?
-Sí –dije tragándome las lágrimas, por nada del mundo le daría el
gusto de verme llorar.
-Cuando murió Isabel tu padre me abandonó, aunque yo le fui echando
poco a poco de mi lado... mi mente entonces no lo entendió así. Mi madre le
consideraba culpable de la muerte de su nieta y los recelos que siempre había
tenido hacia él me impidieron ir a buscarle. Perdí completamente la identidad,
no sabía quién era yo, quién era aquella niña tan bonita que seguía sonriendo
pese a todo... sólo sabía quién era Bernarda Alba y hasta en eso me equivoqué.
Tomé su mano mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
-¿Sabes la de veces que he soñado con tu hermana diciéndome que me
necesitabas? ¡Pero estaba tan segura de que mi madre te daría lo que yo no
podía darte! Y yo no tenía donde caerme muerta, fregué escaleras, baños
públicos... hasta robé para poder comer.
-¿Por qué no volviste a casa? –me sorprendí preguntando.
-No lo sé, Merche, no lo sé... por vergüenza quizá o miedo de
encontrarme a Álvaro con otra... no lo sé.
Pedí otros dos cafés ante el silencio que nos había circundado.
-Hace bastantes años entré de sirvienta en casa de una buena familia
–volvió a contar mi madre-, tenía algunas tardes libres e hice un curso de
mecanografía y otro de contabilidad. Luego empecé a trabajar en la oficina de
una Mutua... no hagas caso de las habladurías del pueblo de que trabajé en el
teatro –me dijo sonriendo-, eso se lo inventó la abuela porque no sabía nada de
mí...
-¿Y por qué fuiste al hospital, mamá?
Me miró con ojos que temblaban llenos de luz cuando oyó cómo la llamé.
-Necesitaba verte. Fui a Sigüenza cuando me enteré de tu embarazo. Mi
madre me llamó diciéndome que dejara de jugar al avestruz, que mi hija me
necesitaba... aunque luego se enfadó mucho más porque al ver a tu padre de
nuevo me entró el pánico y huí.
-¿La abuela te dijo que yo te necesitaba?
-Sí, la abuela... que siempre se ha dado cuenta de todo aunque no
sepa expresar su cariño.
La conversación que tuve aquella tarde con mi madre me dejó tan
perpleja como esperanzada. Vi el amor y la inseguridad en sus ojos reconociendo
su error. Su vida no había sido fácil, pero ninguna vida lo es... Cuando subió
a casa para ver a su nieta y la cogió en brazos llamándola cariño, las dejé
solas y entré en el cuarto de baño.
Mis lágrimas se habían rebelado echando al traste mi decisión de no
llorar.
Antes de irse nos abrazamos llenando de amor la ausencia de tantos
años. Le pedí que viniera para el cumpleaños de la niña, pero al decirla que
también vendría mi padre me pidió tiempo; y su nerviosismo me llenó de ternura.
Le seguía queriendo. “Nunca ha habido otro”, me dijo sonriendo hacia dentro.
Aunque parezca una tontería, el saber a mi madre enamorada como una chiquilla de mi padre me ayudó a volver a construir mi
familia.
Ella se volvía al pueblo con la abuela y Fernanda, tenían mucho de
que hablar. Laura y yo iríamos a verlas en cuanto pasara su cumpleaños si el
tiempo no era muy frío, aprovechando las vacaciones.
Hacía muchos años que no dormía sin fantasmas, y aquella noche,
cuando apagué la luz del dormitorio, tropecé con mi hermana Isabel que me sonreía
desde un rincón del universo.
A la mañana siguiente noté el vacío de mi cama más que nunca. Me duché
en busca de Roberto, me pinté y perfumé para él. Después de darle el desayuno a
la niña, la arreglé y nos fuimos en busca de su papá. Era sábado, no había que
ir a rehabilitación.
Las calles de Madrid estaban casi desiertas por la proximidad de la semana
santa; pude dejar el coche al lado de la editorial. Estaba cerrada. Acomodé a
Laura en su carrito y, disfrutando de la mañana de sol, fuimos andando hasta el
piso de su padre.
El portal estaba abierto. Dejé el cochecito en la entrada y tomé a la
niña en brazos para subir las escaleras. Llamé al timbre... y hasta que no oí
la voz de una mujer riéndose con él no supe lo que estaba haciendo. Pero ya era
tarde para darme la vuelta sin que Roberto nos viera. Le oí pronunciar mi
nombre cuando empezaba a bajar las escaleras, fue Laura la que miró hacia atrás
al reconocer su voz. “La niña no tiene la culpa de nada”. Ahora éramos dos.
Subí de nuevo las escaleras...
-Dale un besito a papá para que venga mañana a tu cumpleaños y nos
vamos al parque –le decía a mi hija mientras él se abotonaba la camisa.
Ya en la calle caminé empujando el carrito de la niña sin saber hacia
dónde iba. Encontramos una pequeña plaza. Sol, palomas y bancos. Necesitaba
sentarme...
¡Estaba harta! Harta de pasearme con él por el cielo y cuando menos
te lo esperas un torpe descuido o el más absurdo azar te manda de culo al
infierno. Harta de su inconstancia, de ese halo de seducción que le hace
irresistible... que le hace creerse irresistible... ¡Harta, harta, harta. Harta
de que no me sea indiferente. Y cansada... cansada de que no sepa lo que
quiere, de que siempre vuelva a mí cuando he aprendido a vivir sin él.
Mi vida ya es difícil sin aguantar a ningún Roberto.
¡Sólo le importa...! ¿El qué, el qué, el qué le importa? ¿Tener una
corte de mujeres enamoradas de él?
Nunca ha funcionado ningún
triángulo, cuarteto, sexteto o lo que sea que tenga el padre de Laura... el
padre de Laura... el padre de Laura.
Porque es eso y no puede ser más.
-Al final va a tener razón la abuela Bernarda –le dije a mi hija que
miraba entretenida las palomas-, “la
María de las Mercedes no aprende si no se le tira bien de las
orejas”...anda, vámonos a casa.
Al día siguiente mi padre llegó antes de comer para ayudarme con la
niña. Traía tantos globos que apenas le pude abrazar. No solo celebrábamos el
segundo cumpleaños de Laura, sino también su jubilación anticipada. Vendría
toda la familia de mi padre, Roberto y doña Asunción.
Mientras acababa de escribir El
escarabajo azul, un nuevo cuento para el periódico, llegó Roberto que se
puso a recoger la cocina con papá. La niña estaba durmiendo en su habitación.
Les oía hablar como si no pasara nada y sentía pequeños puñetazos en el alma.
Es que no pasa nada, me repetía sin cesar... por mucho que cueste olvidarte de él
lo vas a conseguir, no te quiere, al menos no como tú necesitas. Ver el
compromiso como una jaula debe dar miedo, pero no es tu problema. Hay que
aprender a ser egoísta para poder sobrevivir.
Guardé todos mis papeles y la máquina de escribir, y me puse a
ayudarlos.
Doña Asunción llegó sobre las cinco de la tarde y juntas preparamos
la merienda mientras los hombres se llevaban a la niña al parque.
-Mercedes... –me dijo apoyándose en la encimera-, ayer... en el piso
de Roberto estaba yo, me quedé a dormir allí...
-Lo sé, la oí reír –dije preparando los vasos-, pero no tiene que
darme ninguna explicación, Roberto es su marido y yo sólo le llevé la niña para
ver si la podía cuidar un ratito. Pensaba que estaba solo.
-¿Seguro?
-Seguro, doña Asunción –y mirándola a los ojos la dije-, mi hija
necesita tanto a su padre como a mí, me guste o no.
Antes de que anocheciera el pequeño salón se llenó de gente. Mi
abuelo Zacarías había traído un cachorro de Labrador para Laura y aunque la
niña le persiguió encantada gateando sin saber lo que era, a mí me pareció
excesivo tener que cuidar también de él. Cuando me levanté a por la tarta y vi
a mi hija medio dormida en el sofá con el perrito descansando sobre sus
piernas, me quedé parada.
Papá cantaba muy bajito una canción mientras la niña olvidaba su
manita sobre el cachorro...
-Le va ayudar, Merche, y entre todos le cuidaremos –me dijo el tío
Miguel poniendo una mano sobre mi hombro.
Laura desistió de quedarse dormida justo cuando sonó el teléfono; el
perrito la imitó y ella se le quedó mirando sin saber qué era eso.
-Es tu abuela Bernarda, quiere hablar contigo -dijo Roberto dándome
el auricular.
Mi padre encendió la televisión y todos se arrimaron a ella. Después
de prometerle a la abuela que iríamos a verlas la semana siguiente me puso con
mamá...
-¡Queréis bajar el volumen de la televisión que no oigo!
...grandes
rocas donde instalar sus nidos...
-Luego te llamo, mamá...
Me acerqué al televisor ante la pregunta de mi padre de con quién
hablaba. Pregunta que no oí.
-¿Qué es eso? –dije mirando hipnotizada a la pantalla.
-Un nido de buitres...el episodio del buitre leonado de El hombre y la tierra, reponen algunos
documentales como se mató hace dos años Félix Rodríguez de la Fuente –dijo el abuelo sin
conseguir apartar mis ojos de la pantalla.
-No... pero ¿qué es? –volví a preguntar.
-Pelegrina... –dijo doña Asunción poniéndose a mi lado-, Félix
Rodríguez de la Fuente
rodó muchos de sus documentales en el barranco de las Hoces del Río Dulce, han
hecho un mirador en su honor...
-¿No me digas que no lo habías visto nunca? –preguntó mi padre.
-Sabes que no me gusta y casi no veo televisión... alguien me enseñó
a no concebir la vida sin un libro cuando era
pequeña –dije mirando y sonriendo a doña Asunción, y dejando intacto el
amor que alguna vez sentí por ella.
1 comentario:
Hay amores que llegan a formar parte de ti.
éste capítulo fue esencial y clave. En realidad ya lo son todos, la novela se está acabando y fue precioso ir atando todos los cabos.
La valentía de Merche siendo el soporte de su hija.
La aclaratoria conversación con su madre.
Y el descubrimiento del homenaje oculto de la novela (los pelos como escarpias y eso que lo sabía desde el principio)
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