-¡Mo... belo!
Dejé el libro
abierto sobre la mesa de cristal y fui hacia el jardín.

La luz del atardecer
hacía vibrar la nostalgia de algo mejor, pero oyendo a mi hija comprendí que se
equivocaba como tantas otras veces.
Sólo una vez creí en
los sueños y me quedé sola abrazando la realidad. El ansia por destruir la
soledad se desbordó cuando entró en mi vida Roberto, el padre de Laura.
Le había conocido
mientras estudiaba en Madrid Filosofía y Letras a finales de los años setenta,
en 1.978 más exactamente. Él era editor y organizaba concursos literarios junto
a algunos de mis profesores, luego los poemas y relatos ganadores los publicaba
en su editorial.
Disociados,
editorial Disociados.
Hay personas que
escriben para sí mismas o para sus más allegados, pero otras deseamos entrar en
el mundillo literario. Yo descubrí que quería probar suerte dentro de la
literatura cuando quedé finalista en un concurso de poesía celebrado en
Sigüenza, además de que doña Asunción siempre me había instado a ello.
Después de ganar el
primer premio de poesía en el concurso anual de la facultad, ya en Madrid,
Roberto se fijó en mí; quiso leer algunos de mis poemas, preparar una antología
y publicarme un libro.
Desde ahí entré en
una espiral de felicidad que dejé de tener los pies en el suelo, aunque siendo
sincera debo reconocer que estuve fascinada con él desde el primer momento en
que le vi. Su atractivo entraba por los ojos, su sensibilidad y afición a la
poesía calaban en el alma. En un alma quebrada por la inesperada marcha de
Morse a la Argentina
años atrás, y que se negaba la oportunidad de volver a amar. Pero no pudo
negarse a conocer la magia, las mentiras y el sexo.
Recuerdo el día de
la presentación de mi libro Fuego de
soledad. La mano de mi editor arropándome como un verso más y el orgullo de
doña Asunción y de papá como la más preciosa música del acto. Pero aunque aquel
era mi día según decían todos, yo estaba extasiada con Roberto.
La noche anterior
mientras ultimábamos los preparativos habíamos acabado haciendo el amor. Le
extrañó que a mis veinticinco años aún fuera virgen porque por mis poemas había
sabido de la existencia de Morse, pero eso le excitó y obsesionó aún más. Me
sentía tan liviana, tan feliz y misteriosa, tan mujer, que poco me importó
saber que no era la única. Él hacía estremecer toda mi piel debajo de su cuerpo
y yo sólo pensaba en eso. Quería más y más, emborrachar todos mis sentidos de
poesía, sin sentirla, quería vivirla.
Las primeras
críticas del libro me convirtieron en la nueva promesa de la editorial
Disociados. Estaba tocando un sueño, un cuento con príncipe incluido y me dejé
llevar.
Mientras estuve
estudiando en Madrid viví en una residencia de señoritas, estudiantes todas de
la facultad. No estaba permitido que allí entraran hombres, novios, amigos,
ningún varón que no fuera familiar nuestro, por lo que mi relación con Roberto
la viví al principio en su despacho de la editorial y luego en un pisito cerca
de Sol, a escondidas de todos.
Nadie sabía que
estábamos juntos, él lo había querido así. Primero pensé que era por la
diferencia de edad o por estar vinculado al profesorado de la Universidad , pero al
ir escuchando hablar de su fama de don Juan entendí que no quería despertar los
celos de otras. Me daba igual, aquel sabor a prohibido lo engrandecía todo. Nos
veíamos dos días entre semana o cuando teníamos que acudir a cualquier acto
literario. Siempre había sabido que era feliz escribiendo poesía, por entonces
averigüé lo que me gustaba recitar mis versos ante el público… ante el viento.
Cada vez pensaba más en las Hoces del Río Dulce y no quería darme cuenta. Me
hacía daño recordar aquella época que iba unida irremediablemente a Morse, me
sentía como vacía y asomada a un precipicio que no quería entender. Sin embargo
con Roberto todo era más llano, o al menos más directo y luminoso.
Llevábamos juntos
tres meses. Era muy inteligente y me enseñó mucho acerca de los libros, y aún
más de la poesía. Además de ser un verdadero maestro de la seducción, poseía
una mezcla de negra sensibilidad y erotismo que me hechizaban. Como aquella
noche que me pidió que escribiera desnuda para él porque quería fotografiarme.
Había puesto en la
casa pequeños focos de luz blancos y malvas, y lo había llenado todo de rosas
blancas. Sólo quiso que me dejara la melena suelta. Empecé a escribir sin poder
apartar mis ojos de sus ojos y sin un ápice de vergüenza:
Descalza sobre el viento
con sabor a luna,
salí a buscarte por la orilla de un sueño…
con sabor a luna,
salí a buscarte por la orilla de un sueño…
Y no sé si llegó a usar la cámara ya que me
cogió en brazos y me tumbó lentamente sobre la cama. Él también se desnudó, se tumbó
a mi lado y me miró durante largos minutos de silencio. Después, como si de
pronto hubiera reparado en la fragilidad de mi ser, me abrazó con una ternura
que desconocía y apoyó su cara sobre mis senos hasta quedarse dormido.
Noté lágrimas
resbalando por mi pecho y le abracé con fuerza decidiendo no volver aquella
noche a la residencia, pero no pregunté nada que no quisiera contar.
A la mañana
siguiente cuando me desperté ya se había ido; en su almohada había dejado una
rosa y una nota en la que ponía:
‘Para mi bella
pelirroja chinesca, no te vayas nunca’.
Recogí mis cosas, me
vestí y salí a la calle sin ducharme. Necesitaba aire. Estábamos a mediados del
mes de Mayo, en una primavera excesivamente calurosa ¿o me sentía acorralada?
Sabía que Roberto estaba empezando a intimar con una compañera de la facultad,
e incluso me habían llegado rumores de que estaba casado... No entendía nada.
¿Por qué me hacía ver que estaba enamorado de mí si no era así? ¿Debía parar ya
aquella obsesión de placer entre sus brazos? Yo pasaría el verano con mi padre
en Sigüenza y él se olvidaría de mí; sí, eso pasaría… antes de que llegara a
hacerme daño de verdad. No tenía sentido aquella relación donde sólo había
atracción física y pasión por la poesía. Todo tiene un principio y un final, y
el nuestro se aproximaba.
Caminaba sin ver por
una acera apretada de gente y de sentimientos sin nombre mientras empezaba a
recitar hacia dentro como si de un mantra se tratara:
Fuego de
soledad abrazando la mañana
sintiéndome mujer en el aliento de un verso,
inspirando la belleza despacio...
sintiéndome mujer en el aliento de un verso,
inspirando la belleza despacio...
y
expulsando el dolor.
Al día siguiente me
invitó de nuevo a cenar en el piso. Hicimos el amor con la urgencia de dos
amantes que no se ven durante meses, y mientras cenábamos me preguntó si quería
acompañarle a la feria del libro de Frankfurt en el próximo otoño.
-¿Cómo...?

Me contó que hacía
dos años también le habían invitado a viajar a Frankfurt y no había podido ir.
El viaje, aquella vez, hubiera sido en coche y la sola posibilidad de tener que
pasar cerca de Berlín y su muro de la vergüenza le echaron para atrás; amén de
los problemas con las fronteras alemanas y que la situación para salir de
España no estaba muy boyante con la reciente muerte de Franco. Ahora era
diferente, además de que el viaje sería directo en avión necesitaba y quería
respirar más de cerca los pasos de Goethe.
1 comentario:
Se empieza a complicar la historia. Un giro por el que me ha felicitado mucha gente. Y el capítulo más leído en Guadaqué.
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