
Durante la
representación de aquella postal navideña, me dejé embelesar por el bebé que
había en mi regazo y la calidez de los ojos de un pastor. No había nadie más.
Si acaso una estrella que ocultaba a la gente del pueblo que abarrotaba los
bancos de la iglesia; también ocultaba a mi abuela, pero no a su voz. Decía que
el José se arrimaba mucho a la
María. Unos reían, don Cosme entonces decía que no hacía
falta que San José pasara el brazo por los hombros de la Virgen , y yo miraba a aquel
niño que sostenía entre los brazos mientras sentía los ojos de Morse
traspasándome el alma.
Fue doña Asunción la
que me animó a escribir después de que un día imitara torpemente a Bécquer...
Pasarán las alegres
golondrinas
con tus ojos azules
las verás
y otra vez con el
ala a tu ventana
jugando llamarán.
Pero aquellas que el
viento contemplaba
en nuestro lugar
secreto nada más
aquellas que
escucharon las palabras
ésas... ¡no pasarán!
-¿Y esto, Mercedes?
-preguntó en clase cuando, antes de las vacaciones, revisaba la ortografía de
mi redacción sobre el invierno.
¡Se me había
olvidado borrar la poesía!
-¡Buah! ¿eso? Nada... -contesté algo
apurada a la vez que terminaba de borrar el encerado y volvía junto a su mesa.
-¿Lo has escrito tú?
-volvió a preguntar.
Me agaché a coger un
papel del suelo.
-Sí, pero era
sólo... un juego, sí, nada más -dije mientras me subía los calcetines.
-¿Un juego?... Eso
es, a ver escúchame, y estate quieta de una vez que me estás poniendo nerviosa.
Quiero que cada día juegues un rato a escribir poesía.
-¿Jugar a escribir
poesía? -pregunté subiéndome las mangas demasiado grandes de la chaqueta gris.
-Sólo si te apetece,
me conformo con que me resuelvas las divisiones que te he puesto para estos
días y que leas el capítulo tercero de El
Quijote -contestó devolviéndome la libreta.
Esa misma noche
después de haber cerrado las gallinas, mientras calentaba agua para la bolsa de
la abuela y la mía, pensé que sería divertido aprender ese juego. Antes de
apagar la bombilla puse en la hoja final de la libreta: poesías, y lo subrayé.
Pasé varios días
ansiando inventar versos, pero aquello no era tan fácil. Probé a hacer rimas
asonantes y consonantes, como dijo un día la señora maestra, pero de tan
absurdas que eran me parecían ridículas, hasta escribí algo sobre una tía que
comía sandía subida en una silla...
-No creo que
escribir poesía sea lo mío -le dije un día a Morse después de terminar el
ensayo para el belén viviente.
-Tiene que ser
difícil -me contestó-, ya ves tú la de canas que tiene el Gustavo Antonio Bécquer, y eso es sin duda
porque pensó mucho, pero de una cosa estoy seguro, y es que si doña Asunción te
propuso el juego es porque se dio cuenta de lo bello de tu alma. De tu
sensibilidad, Merche.
Y fueron sus
palabras, su fe en mí, las que empujaron a mi corazón a hablar sobre el papel.
Me olvidé de reglas, de rimas, de todo lo que no fuera apresar sentimientos. De
entenderlos ya se encargaría el tiempo.
El silencio del amor
es el sigilo del
beso callado
la calma de la
mirada deseada,
Cuando después de la
fiesta de Reyes volvimos a casa de la maestra y le enseñé las poesías o versos
encadenados que había escrito, me miró sin decir nada y dejó mi libreta sobre
la mesa. Se había quedado muy seria. Tomó de nuevo el pequeño cuaderno y leyó
en voz alta:
La ira de los sueños
enmudece cada
atardecer,
se esconde entre
lamentos
en la oscuridad de
un no saber.
No saber que nuestra
pena
se oscureció en el
ayer,
mas aún sostiene un
mañana
hecho sólo para
querer.
-¿Quién ha escrito
esto, Mercedes?
-Yo -contesté
bastante avergonzada. Toda la clase guardaba silencio.
-¿Cuántos años
tienes? -volvió a preguntar doña Asunción aún más seria.
-Trece -dije mirando
al suelo.
La maestra me
devolvió la libreta y abandonó la clase.
Me acerqué a Morse
con el miedo reflejado en la cara.
-Te lo dije,
escribir poesía no es lo mío. ¡Ya la he liado!
-Pues sonaba
bien..., pero ¿en qué pensabas para escribir eso?
-No te lo vas a
creer, Morse, pero la que ha leído en voz alta habla de la mala leche que se me
pone cuando me despierta mi abuela y estoy soñando algo bonito, y que el cabreo
se me pasa cuando voy a cerrar las gallinas que es cuando se pone el sol. Luego
habla de la guerra que no sé nada y de que un día se olvidará...
-¡La has cagaó! -me dijo llevándose las manos a
la cabeza-. Mi padre dijo que no se puede hablar de la guerra e imagino que si
escribes sobre ella te meterán en el calabozo. Seguro que doña Asunción ha ido
a dar parte a la pareja -Morse seguía hablando sin reparar en mi palidez-.
Hemos de salir de aquí, Merche.
-¡Mercedes! -en ese
momento apareció la señora maestra que se acercó corriendo a mí y me condujo a
una silla.- ¿Qué ha pasado? -preguntó después de darme agua.
-Fue sin querer...
yo no sabía... no avise usted a la Bienemérita...
déjeme escapar... -logré suplicarle.
-¿Pero qué tonterías
estás diciendo, niña de mi alma? ¿De qué hablas?
-Creo que es culpa
mía, doña Asunción -dijo Morse-. Le conté que no se puede hablar de la guerra.
-Ah, bueno eso.
Tranquilos que en mi casa no ha entrado nunca la censura, ni entrará. Mercedes,
confía en mí ¿vale? Sólo he ido a hablar con mi tío para que empiece a buscarte
plaza en Sigüenza, él se va para allí ahora a concelebrar una misa en la
catedral. Quiero que estudies con las Ursulinas y que sigas escribiendo
-Mi abuela no me
deja -dije terriblemente aliviada
-De tu abuela me
encargo yo.
Pero mi abuela
siguió en sus trece, al menos hasta que pudo.
1 comentario:
La poesía... mis años en el colegio fueron muy difíciles e inventarme los de Merche fue precioso.
En mi interior siempre seré un guardia civil, me viene de familia.
No hay error en la 'BIENEMERITA' ni en Gustavo Antonio... son niños los que hablan.
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