Trascurría el mes de Mayo cuando doña Asunción se presentó en el
colegio con un ramo de lilas. Le hablé de mi abuelo sin parar paseando por el
jardín del claustro. Un coro de verderones danzaba ante un leve rayo de sol.
-¿Por qué no le has dicho que trabajas aquí, Mercedes? Él te podría
ayudar.
-Lo sé... pero es que es algo difícil –le dije mientras nos
sentábamos en un banco-. Por una parte
pienso que no le iba a gustar y por otra no quiero que mi abuela se entere y me
haga volver a casa de mi tía... y vuelva a ser como antes, es que ¿sabe, doña
Asunción? La abuela está muy cambiada.
-¿Cambiada?
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La autora en las Ursulinas. |
-Sí –contesté sonriendo y sin dejar de balancear mis pies-, habla
conmigo y me abraza cuando voy a verla...
-¿Y a ti qué te pasa? ¡Tienes la misma cara de pava enamorada que
Morse cuando le veo en la tienda! –dijo abriendo su bolso-. Ésta mañana me ha
dicho su padre que cada vez lleva peor lo de irse a Bilbao...
-¿Bilbao? –pregunté cogiendo el libro de Miguel Hernández que me
daba.
-Claro, para hacer el servicio militar, Mercedes. ¿No sabías que se
va en julio a la mili?
-¿Tan pronto?
Me sentía viuda de pensarlo. Sabía que había sorteado hacía tiempo,
pero como mi vida no se estaba quieta y a él no le gustaba hablar de algo que
le imponían a la fuerza... lo olvidé. Doña Asunción, comprendiendo mi repentino
silencio, dijo que un año pasa muy rápido, aunque creamos que no vamos a saber
seguir viviendo.
-Yo también pasé por eso –me dijo sonriendo cuando se iba.
El siguiente sábado que estuve con Morse fuimos a una discoteca. Nos
coló un amigo suyo sin pagar. Entre el primer cubata que bebía en mi vida, la
música y los besos desesperados subió demasiado la temperatura.
-Vamos a que nos dé el aire, no quiero adelantar nada –me pidió con
voz ronca.
Cogidos de la mano, acunando un silencio que dolía, un silencio
confuso, expectante quizá, llegamos a la alameda.
-¿Qué harás cuando me vaya? –preguntó rodeando mis hombros con su
brazo.
-...Esperarte ¿no?, si estás de acuerdo, claro...
-Merche... –dijo mirándome a los ojos y deteniendo el mundo-, sabes
que te quiero como a nada, que nunca voy a querer a nadie así. No me parece
justo que el Estado me obligue a
permanecer en sus fuerzas armadas un tiempo y me jode que interrumpan mi vida
por ello. Y todo esto me entristece, o me crea impotencia como dice mi padre.
Pero lo que más duele es que me separen de ti... porque tú le das sentido a mi
vida.... si tú no me esperas yo no voy... –me decía entre besos y estrellas que
lloraban-. Ayer estuve en las Hoces del Río Dulce y el viento preguntó por
ti...
Cuando llegó el verano y antes de marcharme un mes con la abuela,
Morse se fue a la mili. No quiso que fuera a la estación a despedirle y le
entendí. Aquello era difícil para él, hasta su padre había estado a punto de
solicitar un examen médico para que le hicieran excedente por depresión.
Para tranquilidad de todos, en cuanto llegó al cuartel nos escribió
más animado, pero lo que nos sorprendió y relajó, sobre todo al padre de Morse,
fue la carta del coronel jefe del C.I.R . desde el centro de instrucción de
reclutas, en Vitoria...
Muy estimado Señor:
Su hijo Javier Salgado se ha
incorporado a este Centro de Instrucción, para hacer su servicio militar.
Al principio, la vida en el
cuartel le parecerá dura y molesta, ya que ha de vivir en un régimen de
disciplina militar y aprender muchas cosas nuevas, pero luego, se irá
acostumbrando a sus deberes y la encontrará soportable y útil.
Pretendemos que su hijo,
durante su estancia en las filas del Ejército, se haga un hombre de provecho y
un buen soldado y tenga la seguridad de que, por poco que él ponga de su parte,
ambas cosas serán logradas y el día de mañana será un ciudadano digno y útil
para la sociedad y que sabrá desenvolverse bien en la vida.
Por todo ello, no haga mucho
caso de las lamentaciones que pueda contarle como primera impresión de su vida
militar, ya que poco a poco ira variando, tanto corporal como espiritualmente.
Tenga en cuenta que muchas de
las calamidades que le pueda contar o son producto de su fantasía, o son
motivadas para darles la sensación de que está muy mal y pedirles dinero...
El motivo principal de esta
carta, que le ruego disculpe que vaya impresa, en atención a las muchas que
habría de escribir a familiares de cientos de reclutas incorporados a esta
unidad, es solicitar la colaboración de sus consejos de padre para su hijo, y
ofrecerme a Ud. como su affmo. amigo.
q. e. s. m.
EL CORONEL
-No sé cómo al padre de Morse le ha tranquilizado ésta carta si a mí
me pone los pelos de punta –le dije a doña Asunción cuando me la enseñó.
-¡Jamás había visto nada igual! –decía ella sin poder evitar sonreír
por la sorpresa.
Una semana después me marché a Pelegrina rezando porque no le pasara
nada.
Desde que mi abuela había comenzado a usar la silla de ruedas, salía
todas las tardes con Fernanda y la tía Micaela a pasear por la carretera. Tenía
muy buena cara y jamás la había visto tan feliz. “Si vivo como una siñoritonga sin hacer ná ¿cómo voy a estar mal?”, decía a todo
el mundo.
Le había costado mucho adaptarse, no poder usar parte de su cuerpo
aún le resultaba muy difícil, pero ya es
muy mayor y está muy cansada. Cansada de trabajar, de luchar, de sufrir;
cansada de mantener la cabeza siempre a flote..., me contaba Fernanda mientras
en mí surgía un cariño hacia la abuela cada vez más fuerte.
-Tenías que verla reír viendo la televisión; con las películas de
Paco Martínez Soria llora de la risa..., o el otro día que se emocionó con una
gran familia porque había un niño que se llamaba Chencho como su padre. Pero
sobre todo le empieza a calmar y dar cierto reposo hablar de los que se fueron
de aquella forma tan cruel.
-¿En la guerra? –la pregunté mientras fregábamos los platos de la
comida.
-Y después –contestó asintiendo-, pero... y eso nos está ayudando a
las tres, no recordamos las cosas que duelen que son muchas, sino lo felices
que nos hicieron... y esa es una forma de que sigan con nosotras.
Aquella tarde, cuando salimos a dar el paseo, Fernanda y la tía se
alejaron dejándonos solas. Paramos un poco a descansar cerca del río “porque tú
no estás acostumbrada a empujar el carrito y tienes pocas chichas”, me dijo la
abuela. Le di la piedra que me pidió y mató una trucha de una sola pedrada.
“Aún sigo en forma”, dijo entre risas. Intenté imitarla pero fue imposible y me
senté en la hierba mirándola.
-Hábleme de Isabel...
-¡Lo sabía! La
Fernanda y mi hermana tendrían que nacer cuatro veces pa saber engañarme y no dejarme echar
una buena siesta. Isabel... –suspiró con un gesto de ternura que no había visto
nunca-...y tú, las dos, fuisteis las niñas más bonitas... el mejor regalo, y yo
os quería con locura... tu madre os convirtió en dos muñecas y casi volvimos a
ser felices hasta que enfermó... bueno, las dos os pusisteis malitas... pero a
ella le entró un cáncer en la sangre que tu padre no quiso operar...
Las lágrimas y jadeos entrecortaban su voz, me levanté y la abracé.
-No quiero que siga, no me gusta verla llorar.
-.Pero si no... Como quieras... –dijo apenas sin fuerza en la voz-. Pues
háblame tú del recluta ya que estamos de tertulianas y esas dos no van a volver
aún.
-¡Abuela! –cómo se había enterado-. El recluta es Morse, el hijo del
panadero, y le conoce de siempre...
-¡Pero hasta que no os caséis
ná de ná, que no tengo ganas yo
de que escribas a la Elena Francis
y se entere tol mundo, Merche!
Me bastó con que la abuela me llamara Merche para saber que había
vuelto a quererme.
Los días iban pasando y todo hubiera sido perfecto si el recuerdo, y
no saber nada de Morse, no me hubiera creado un vacío, un vértigo emocional que
me ahogaba... Sabía que sólo había un sitio donde la nostalgia no pesaría
tanto, por eso les dije que al día siguiente me iría a ver amanecer a lo alto
de las Hoces del Río Dulce...
-Pues ya que te levantas tan pronto abre a las gallinas.
Mi abuela había cambiado pero no tanto.
El pequeño despertador sonó a las seis y media de la mañana. Medio
dormida me puse un pantalón corto, una camiseta blanca de tirantes y las
playeras, trencé mi cabello a un lado y preparé la mochila. Agua, una chaqueta porque
las tormentas eran abundantes aquel verano y el libro de Miguel Hernández... ¡La
gorra! “La gorra pa que no te dé el
sol en la cabeza”, me había recordado la abuela hasta la saciedad la noche
anterior.
Una tenue luz ambarina iluminaba mis pasos por las desiertas calles.
Veía como mis zapatillas blancas guiaban los recuerdos; “Aprende bien el
camino, Merche, para volver siempre que apriete la tristeza”, me había dicho
Morse la primera vez que fuimos a las Hoces.
Desde el pueblo salí divisando todo el valle manchado de una penumbra
clara, el frescor de la mañana me abrazaba mientras oía a unos alborotadores
mirlos marcar el sendero. Era mágicamente fantasmal el paisaje... me sentía
cautivada y a la vez sorprendida por todo lo que me rodeaba. Cuando llegué a nuestro
mirador nacía el sol. Extasiada me senté en la roca, el espectáculo de luz
acababa de empezar. Cerraba los ojos y los volvía a abrir inspirando la belleza
que me rodeaba. Planeando sobre el amanecer del mundo, la elegancia de un
enorme halcón contuvo mi respiración. “A los animales hay que observarles y
admirarles, no les tengas miedo, Merche, es casi imposible que ellos te ataquen
si tú no les haces nada”, me había dicho alguna vez Morse. ¡Un nido! ¡Un nido
de buitres! la hembra estaba incubando... era tan difícil verlo que me levanté
despacio para acercarme. Qué bellos tan raros son, y esa protección y calor que
la inunda lo cubre todo de ternura aunque sea capaz de matar a quien se acerque
al huevo. Suspiré maravillada ante tal lección de amor.
El olor a cantueso iba impregnando de instantes la mañana y me
invitaba a bajar hasta la orilla del río. Fascinada dentro de un nuevo amanecer,
alguien había detenido la nostalgia.
Comencé a escuchar pequeños ruidos detrás de mí según avanzaba por el
camino que llevaba hasta el río. Tan lentos y escurridizos que asustaban. La
hierba crujía muy levemente. Me paraba y se paraba. Di una palmada y me giré
todo lo rápido que pude. Salió corriendo.
Apenas le vi, pero le adivinaba precioso... era un Bambi de peluche, sabía que a esas horas
los corzos solían pastar en el valle. Le seguí hasta que vi otro corzo pastando
tranquilamente. Me senté en el suelo, detrás de un frondoso sauce, y me dispuse
a esperar sin moverme. Si no me equivocaba la que seguía pastando era una
hembra y el macho era el que me había descubierto cuando bajaba al río, ahora
debería esperar a que se olvidaran de mí y siguieran con su especie de cortejo.
Doña Asunción me había contado que durante el verano, que es cuando están en
celo, el macho hace círculos alrededor de la hembra.
1 comentario:
El hombre de mi vida
has sido siempre tu
un año no es un siglo
volveras
y nuestras bocas
de nuevo se unirannn...
ésta antigua canción refleja lo que sentías cuando tu novio se iba a la mili. Merche se queda sin ilusión y la encuentra de nuevo en Pelegrina.
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