Anoche soñé con
Isabel.
No quiere que la
tenga miedo, ahora quiere estar conmigo y que encontremos juntas a papá. Me
dijo que ella me puede ayudar, que mirara dentro…
Tenía tan pocos
recuerdos de mi padre que, mientras limpiaba y ayudaba en la cocina aquellos
primeros días en las Ursulinas, los repasé uno por uno. La abuela Bernarda le
llamaba gitano y hasta una vez dijo que tenía que haber trabajado en el circo
como su madre. ¿Titiritando? No. Titiritero, eso, le llamó titiritero. Se me
abrieron los ojos como platos y le pedí permiso a la hermana cocinera para ir
al retrete; en su lugar atravesé un patio y fui a mi habitación. Rebusqué entre
unas viejas fotografías y la encontré. Una muchachita bellísima con los ojos
rasgados, muy morena, como papá, bajo la carpa de un circo. Por detrás ponía:
Encarna 1.911.
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Ursulinas, Sigüenza. |
-¿Sabes dónde viven
los titiriteros?
-Donde tengan
instalado el circo –me contestó con prisa.
-No, me refiero a
que dónde viven aquí en Sigüenza.
-Que yo sepa ahora
no hay titiriteros aquí; hasta mañana, Mercedes –dijo sin darse cuenta de mi
decepción.
Ahora no hay
titiriteros... recordaba mientras me dirigía a mi habitación arrastrando los
pies. Ahora no hay… sor Dolores me había dicho que cogiera algo de la cocina
después de las clases, pero no tenía hambre. Me desvestí y mientras me ponía el
camisón cerré los ojos buscando a mi hermana. Ahora no, le dije, … ¿y en la
fiesta de San Roque? –pensé en voz alta de repente y de nuevo esperanzada-.
Aunque aún queda mucho hasta agosto, pero le vamos a encontrar, no te
preocupes.
Llegó el sábado por
la tarde, no me apetecía mucho dar vueltas por el pueblo sin saber hacia dónde
ir. Acabé mis tareas y decidí descansar en la sala común mirando mi reciente
descubrimiento: la televisión. Con suerte volvería a ver El Santo y cogería silla en primera fila para las galas de por la
noche.
Nada más sentarme la
hermana encargada de la portería me llamó desde el pasillo. Olvidándome del
descanso salí fuera. Me acerqué sin ganas a ella y me dijo:
-Un tal Javier
Salgado te está esperando en la puerta.
-¿Y qué quiere?
–pregunté sin conocer a ese tal Javier Salgado.
-Pues no lo sé...
como no se le haya olvidado a su padre dejarnos algo de pan ésta mañana y
quiera dártelo a ti...
-¿A mí... y por qué
me va a dar pan a mí? ¿Pan?... ¿su padre? –y como si se hubieran encendido
todas las luces a la vez grité- ¡Morse!
-Ave María Purísima
¿qué dice ésta chica?
-No, nada –le dije
dándole mi bata gris para que me la guardara –le dices a Sor Dolores que son
las cinco y me voy hasta las ocho.
Salí corriendo y no
paré hasta que le vi sentado en el bordillo de la puerta principal del colegio.
Me paré en seco aunque pensaba abrazarle.
-¡Merche! –dijo
levantándose de un salto como si no esperase verme.
Había imaginado y
ensayado tanto nuestro reencuentro, quería decirle tantas cosas...
-¿Por qué has dicho
que te llamas Javier Salgado?
-Porque me llamo así
–dijo cogiéndome una mano y comenzando a caminar alejándonos de las Ursulinas
por el paseo de la Alameda.
Me picaba el
estómago de los nervios y sentía su corazón en mi mano. Nos sentamos en un
banco buscando el sol que ya se iba en aquella tarde de primeros de octubre.
Después de preguntarme qué tal estaba mi abuela y yo mencionar a casi toda la
gente del pueblo, nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos, y me abrazó.
Y yo le abracé con miedo de perder el único hogar que conocía. Solté mi
angustia convertida en lágrimas por estar tan sola, por estar lejos de mi
pueblo, por la enfermedad de la abuela que había endurecido mi vida mucho
más... por no encontrar a papá.
-¿Pero cómo sabes
que está aquí? –preguntó Morse cuando dejé de llorar y le hube contado que mi
padre estaba en Sigüenza.
-Mi abuela se lo
dijo a su hermana sin saber que yo las escuchaba –dije separándome un poco de
él ya que no quería que nadie del convento nos viera.
-Pues... en ese caso
¡vamos! –dijo a la vez que se ponía de pie y casi me arrastraba a su lado sin soltarme de la mano.
Morse pasaba la
tarde en Sigüenza porque su padre participaba en un campeonato de mus. Si
alguien sabía si estaba allí era él.
-¿Álvaro? –preguntó
cuando por fin pudimos hablar con él mientras se tomaba una cerveza en un
descanso-. Sí, vive aquí pero ahora anda por Toledo.
-Con el circo
–apunté yo.
-¿Qué circo?
–preguntaron Morse y su padre mirándome con cara de alucinados.
-El de los
titiriteros, claro –aclaré con seguridad.
-Que yo sepa la
única que ha tenido algo que ver con un circo fue tu abuela Encarna cuando era
pequeña, tu padre está trabajando en la construcción de una autopista en Toledo
desde hace meses, por eso –dio un trago mirando a sus compañeros de partida que
se volvían a sentar-, imagino que no fue a buscarte cuando tu abuela se puso
mala.
Demasiada
información.
El padre de Morse
acababa la cerveza y se disponía a reiniciar el campeonato.
-¿Y antes...? ¿Por qué
no fue a buscarme antes? –le pregunté con prisa mientras se sentaba.
-Eso se lo debes
preguntar a él, yo sólo sé que cuando fue a verte a casa de doña Asunción tu
abuela casi le mató a pedradas –me dijo apretando los labios y concentrándose
en las cartas.
Morse y yo salimos
del bar donde se celebraba el campeonato de mus. Cogió de nuevo mi mano y
caminamos en silencio por la calle Mayor. Pasamos al lado de la catedral que se
me antojó tan terriblemente hermosa como siniestra.
-¿Cuándo volverás?
–le pregunté mientras se empezaban a encender las luces de la calle.
-Desde que trabajo
con mi padre tengo más dinero para venir... pero no lo sé –dijo llevándome a un
rincón.

Pegada a ti..
la vida nace pegada a ti.
Escribí en mi
cuaderno por la noche antes de quedarme dormida.
Varios días después
mientras fregaba las escaleras que conducían a los dormitorios, oí una
conversación de quienes deberían haber sido mis compañeras. Hablaban de que una
de ellas ya tenía novio y sabía besar.
-¿Con lengua o sin
lengua? -preguntaron.
Yo dejé de mover el
trapo mojado en amoniaco para escuchar mejor.
-Sin lengua claro –dijeron-,
aunque con lengua dice mi novio que es como si chuparas un caramelo.
-¡Chica, qué asco! -dijo
otra.
Intentaba contener
la risa a la vez que movía mi lengua, cuando Sor Dolores me dijo:
-Mercedes ¿qué
haces?
-Descansando,
hermana –dije incorporándome y masajeando mis rodillas-, y... rezando, madre
superiora, rezando mucho.
-¿Y qué te pasa en
la lengua? –preguntó dirigiéndose al cuarto de las chicas que hablaban.
-¿A mí? –dije en voz
alta-, nada, madre superiora.
1 comentario:
pasé los veranos de mi adolescencia en Esplegares, las chicas del pueblo estudiaban internas en las Ursulinas y los chicos en la SAFA. Aquello no me era desconocido...
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