España ha
dejado de ser católica....
El Sol, 14 de octubre de 1931
-La situación
del país se hace insostenible, Bernarda –le decía Jacinto a su mujer mientras
ésta amamantaba a la niña-, ¡qué poco me gusta este Manuel Azaña! Desde que nos
quitan las tierras y se mira mal a los pobres curas... ¿Y el Rey? ¿Qué han
hecho con el Rey? ¡Tanta República, tantos pájaros en la cabeza! Eso no pué ser bueno... parece que todo se ha
vuelto del revés. Fíjate tú que cuando he subido a Sigüenza me encuentro al
Cosme, ese cura tan joven que acaba de llegar al pueblo, y me enseña el
periódico casi llorando. Dice que tienen reunión casi todos los días con el obispo
porque no saben cómo afrontar esta nueva moda de ateísmo...
-¿Quién es la
niña más guapa? –preguntaba la dichosa mamá a su pequeña Alicia limpiando su
carita.
Bernarda y
Jacinto se habían casado hacía cinco años. El joven pregonero de Pelegrina y su
hermano Juanito habían recibido una de las mayores herencias del condado de
manos de su tío Ramón, el amo de varios pueblos de la comarca. Jacinto instaló
en uno de esos pueblos su casa, a su joven esposa y a su hermano pequeño pues
ambos eran huérfanos. Pasaban los años bañados en políticas lejanas. Las
salpicaban los periódicos o la radio de Sigüenza y eran de su propio país, pero
aquello no iba con ellos... hasta que les expropiaron parte de su herencia.
Entonces sí, entonces sí se iba armar una gorda porque aquello no iba a quedar
así...
Por su parte
Bernarda vivía su maternidad con la plena felicidad de quien ha esperado cuatro
largos años para quedarse embarazada. Aunque había cuidado a Juanito desde que
tenía cinco años, la pequeña Alicia salida de su vientre lo había convertido
todo en alegría. También las pamplinas de los periódicos que no entendía ni
sabía leer.
Fue durante la Semana Santa del 32, después de
que en mayo del año anterior se quemaran casi una docena de iglesias y
conventos en Madrid, que empezó a sentir miedo y a prestar atención a las
explicaciones de su marido.

<<Señor
ten piedad, Cristo ten piedad...!>>
-¡Cabrones!
¡Qué se mueran los curas! –gritó alguien a la vez que una piedra rompía parte
de la cruz del Cristo.
Seguían
tirando piedras no se sabía muy bien desde dónde. La gente gritaba y corría
protegiendo sus cabezas. Bernarda cogió una piedra dispuesta a defender al
Cristo, pero el joven párroco la ordenó que cogiera a los niños y corriera a
casa. La pequeña lloraba sin consuelo sentada en el suelo al ver a todos
chillar y correr, y Juanito... Juanito, a sus once años, aprendió a defender lo
que había hecho toda la vida, como su cuñada Bernarda.
Cerca del
verano, una mañana de alegre sol que hacía olvidar los desajustes que
últimamente había en el pueblo, apareció por su casa el maestro llevando al
niño agarrado de una oreja:
-Cuenta lo
que has hecho –le dijo cuando vio a Bernarda mirándole intrigada.
-Nada... ¡Ay!
–se quejó cuando sintió a don Perico tirándole de la oreja.
-Se lo
cuentas tú o se lo cuento yo...
-Que le he empujaó... nada... ¡Ay! –se quejó de
nuevo.
-¡Por Dios y
por la Virgen
que lo cuente alguien antes de quel
niño me se quede sin oreja! –dijo Bernarda casi en jarras.
-Tu cuñado le
ha partido la nariz al hijo de doña Angustias –le dijo el maestro tirando al
niño más fuerte de la oreja.
-¡Ay! ¡Ay...!
-¿De la Angustias ? –preguntó
Bernarda llevándose las manos a la cabeza-, ¡y usted suelte la oreja del crío o
también se la parte!
-Sólo le he empujaó, lo que pasa es que el Sergio es
un debilucho –dijo Juanito protegiéndose detrás de su cuñada cuando don Perico
le soltó.

-No he dicho
ni mú, señor maestro –le replicó esta
cogiendo en brazos a la niña que se había acercado a ellos.
-Ayer guardé
un crucifijo que presidía el colegio ya que no me parece el lugar adecuado para
tenerlo –continuaba contando el maestro ante la atenta mirada de Bernarda y los
dos niños –, y esta mañana me he encontrado a Juanito pegando a Sergio y
llamándole ladrón de crucifijos...
-¡Pero es que
Sergio piensa como usted, es como usted! Y nosotros no somos así ni mi hermano
tampoco –le gritó Juanito ante el asombro de Bernarda.
-¿Y que soy
yo, muchacho? –le preguntó un don Perico totalmente sereno y respirando paz.
-¡Un
republicano! Nada bueno para éste país –concluyó el niño repitiendo las mismas
palabras que le había oído tantas veces a
su hermano.
El día de
Navidad de aquel mismo año Micaela, la hermana de Bernarda, hablaba de sus dos
hijas de leche, Pilar y Fernanda. No se había casado, después de conocer a
Zacarías y saberle ya comprometido ningún otro hombre le interesó, por eso sus
hijas de leche eran su familia. La noche anterior había cenado con ellas en el
hospicio de Sigüenza, donde ambas vivían y trabajaban desde que habían muerto
sus padres. Una nochebuena rodeada de tanta gente necesitada de amor era
demasiado bonito para ser verdad...
-¡La Virgen Santa , Micaela! Tú te me
vuelves monja como esas dos –dijo Bernarda entre risas.
-¡Qué no son
monjas, carajo! –le contestó su hermana dejando la taza de café sobre la mesa y
conteniendo la risa-. Pilar ayuda a los pobres y a los niños abandonados del
hospicio como enfermera o celadora... ¡Qué sé yo! Y Fernanda trabaja en la
fábrica de calzado que hay allí. Pero lo mejor de anoche fue conocer a la niña
Lucía.
-¿La niña
Lucía? –preguntó Bernarda sirviéndola más café.
-Es una niña
de un año con la que se han encariñado mis hijas, es preciosa –decía Micaela
llevándose a la boca una pasta de avena-. ¡Hum...! ¡Esto está buenísimo!...
como te decía.... a la niña la abandonaron cuando tenía un mes y la ha criado
casi mi Pilar, y las chicas están esperando a que la nodriza acabe de amamantarla
para que yo me la lleve a casa y le dé una familia...
-Pero si tú
no estás casada –dijo Jacinto mostrando un interés repentino por la
conversación.
-Me la
llevaría sólo por temporadas, a no ser que vosotros... –le contestó empezando a
mirar con ojos suplicantes a su hermana.
-¡Ah... no! ¡No,
Micaela! ¡So, hermana, que te veo venir!- zanjó el tema Bernarda llevando las
tazas del café a la cocina.
Aquella
Navidad Micaela no consiguió que su hermana y su marido acogieran a la niña
Lucía, pero al menos obtuvo la promesa de que cuando llegara el buen tiempo ambos
subirían a Sigüenza a conocerla. Bernarda acababa de descubrir que estaba
embarazada de nuevo.
Tuvo un aborto natural a mediados del mes de febrero,
un poco antes de que el argentino se instalara en el pueblo y comenzaran los
cuchicheos: <<¡Qué alto, qué guapo y qué rubio es! ¿De dónde ha salido? ¡Tiene
manos de mujer y no de campo! ¡A ese... a ese le mandaba yo cuatro días con las
cabras y sin un mendrugo de pan pa
que espabilara!>>

Todas las
mozas casaderas del pueblo estaban encantadas porque se disponía a vivir allí,
hasta Bernarda olvidándose del aborto había ido con la mula a Pelegrina para
traer a su hermana.
-Y no habla
de politiqueo ná de ná -le dijo a ésta.
-Porque no
sabrá español -le contestó la otra.
1 comentario:
para adentrarme en la España de la pre-guerra civil aparte de ver muchos documentales, me dejé llevar por Josefina Aldecoa.
Las salidas y ocurrencias de Bernarda son un punto y aparte. Y la sonrisa de la autora.
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