Silencios contados a media voz. Sonrisas
quietas en labios mudos. La historia de una vida y de las vidas que acompañaron
a ésta. La historia de mis gentes, de nuestras gentes, de una guerra entre
hermanos. Historias de la historia trazadas con una pluma ágil, costumbrista,
tan experimentada y precisa como lo es la de los mejores narradores
contemporáneos. Todo eso y más es, Las palabras del viento, de María Narro. Una
obra que, sin lugar a dudas, se merece un puesto destacado en nuestra narrativa
contemporánea. Una historia que te arrancará sonrisas, lágrimas y admiración,
como suele hacerlo un trabajo preciso y lleno de magia”
Antonia J
Corrales. Escritora y Correctora
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Fue un amago de Guernica, lo has hecho de maravilla. Con esa sensibilidad
que roza el dolor sin perder la sonrisa. Sigüenza se merece un sitio en la
historia que le corresponde.
Y tú la has colocado donde se
merece...
Almudena (Madrid)

La novela...

La novela...
(cada capítulo lleva nombre de mujer)

15 sept 2015

Mercedes (12-I)


Trascurría el mes de Mayo cuando doña Asunción se presentó en el colegio con un ramo de lilas. Le hablé de mi abuelo sin parar paseando por el jardín del claustro. Un coro de verderones danzaba ante un leve rayo de sol.

-¿Por qué no le has dicho que trabajas aquí, Mercedes? Él te podría ayudar.
-Lo sé... pero es que es algo difícil –le dije mientras nos sentábamos en un banco-.  Por una parte pienso que no le iba a gustar y por otra no quiero que mi abuela se entere y me haga volver a casa de mi tía... y vuelva a ser como antes, es que ¿sabe, doña Asunción? La abuela está muy cambiada.
-¿Cambiada?
La autora en las Ursulinas.
-Sí –contesté sonriendo y sin dejar de balancear mis pies-, habla conmigo y me abraza cuando voy a verla...
-¿Y a ti qué te pasa? ¡Tienes la misma cara de pava enamorada que Morse cuando le veo en la tienda! –dijo abriendo su bolso-. Ésta mañana me ha dicho su padre que cada vez lleva peor lo de irse a Bilbao...
-¿Bilbao? –pregunté cogiendo el libro de Miguel Hernández que me daba.
-Claro, para hacer el servicio militar, Mercedes. ¿No sabías que se va en julio a la mili?
-¿Tan pronto?

Me sentía viuda de pensarlo. Sabía que había sorteado hacía tiempo, pero como mi vida no se estaba quieta y a él no le gustaba hablar de algo que le imponían a la fuerza... lo olvidé. Doña Asunción, comprendiendo mi repentino silencio, dijo que un año pasa muy rápido, aunque creamos que no vamos a saber seguir viviendo.

-Yo también pasé por eso –me dijo sonriendo cuando se iba.

El siguiente sábado que estuve con Morse fuimos a una discoteca. Nos coló un amigo suyo sin pagar. Entre el primer cubata que bebía en mi vida, la música y los besos desesperados subió demasiado la temperatura.

-Vamos a que nos dé el aire, no quiero adelantar nada –me pidió con voz ronca.

Cogidos de la mano, acunando un silencio que dolía, un silencio confuso, expectante quizá, llegamos a la alameda.

-¿Qué harás cuando me vaya? –preguntó rodeando mis hombros con su brazo.
-...Esperarte ¿no?, si estás de acuerdo, claro...
-Merche... –dijo mirándome a los ojos y deteniendo el mundo-, sabes que te quiero como a nada, que nunca voy a querer a nadie así. No me parece justo que el Estado me  obligue a permanecer en sus fuerzas armadas un tiempo y me jode que interrumpan mi vida por ello. Y todo esto me entristece, o me crea impotencia como dice mi padre. Pero lo que más duele es que me separen de ti... porque tú le das sentido a mi vida.... si tú no me esperas yo no voy... –me decía entre besos y estrellas que lloraban-. Ayer estuve en las Hoces del Río Dulce y el viento preguntó por ti...

Cuando llegó el verano y antes de marcharme un mes con la abuela, Morse se fue a la mili. No quiso que fuera a la estación a despedirle y le entendí. Aquello era difícil para él, hasta su padre había estado a punto de solicitar un examen médico para que le hicieran excedente por depresión.
Para tranquilidad de todos, en cuanto llegó al cuartel nos escribió más animado, pero lo que nos sorprendió y relajó, sobre todo al padre de Morse, fue la carta del coronel jefe del C.I.R . desde el centro de instrucción de reclutas, en Vitoria...

Muy estimado Señor:

Su hijo Javier Salgado se ha incorporado a este Centro de Instrucción, para hacer su servicio militar.

Al principio, la vida en el cuartel le parecerá dura y molesta, ya que ha de vivir en un régimen de disciplina militar y aprender muchas cosas nuevas, pero luego, se irá acostumbrando a sus deberes y la encontrará soportable y útil.

Pretendemos que su hijo, durante su estancia en las filas del Ejército, se haga un hombre de provecho y un buen soldado y tenga la seguridad de que, por poco que él ponga de su parte, ambas cosas serán logradas y el día de mañana será un ciudadano digno y útil para la sociedad y que sabrá desenvolverse bien en la vida.

Por todo ello, no haga mucho caso de las lamentaciones que pueda contarle como primera impresión de su vida militar, ya que poco a poco ira variando, tanto corporal como espiritualmente.

Tenga en cuenta que muchas de las calamidades que le pueda contar o son producto de su fantasía, o son motivadas para darles la sensación de que está muy mal y pedirles dinero...

El motivo principal de esta carta, que le ruego disculpe que vaya impresa, en atención a las muchas que habría de escribir a familiares de cientos de reclutas incorporados a esta unidad, es solicitar la colaboración de sus consejos de padre para su hijo, y ofrecerme a Ud. como su affmo. amigo.
                                                                  
                                                                                           q. e. s. m.
                                                                                        EL CORONEL
 

-No sé cómo al padre de Morse le ha tranquilizado ésta carta si a mí me pone los pelos de punta –le dije a doña Asunción cuando me la enseñó.
-¡Jamás había visto nada igual! –decía ella sin poder evitar sonreír por la sorpresa.

Una semana después me marché a Pelegrina rezando porque no le pasara nada.

Desde que mi abuela había comenzado a usar la silla de ruedas, salía todas las tardes con Fernanda y la tía Micaela a pasear por la carretera. Tenía muy buena cara y jamás la había visto tan feliz. “Si vivo como una siñoritonga sin hacer ¿cómo voy a estar mal?”, decía a todo el mundo.
Le había costado mucho adaptarse, no poder usar parte de su cuerpo aún le resultaba  muy difícil, pero ya es muy mayor y está muy cansada. Cansada de trabajar, de luchar, de sufrir; cansada de mantener la cabeza siempre a flote..., me contaba Fernanda mientras en mí surgía un cariño hacia la abuela cada vez más fuerte.

-Tenías que verla reír viendo la televisión; con las películas de Paco Martínez Soria llora de la risa..., o el otro día que se emocionó con una gran familia porque había un niño que se llamaba Chencho como su padre. Pero sobre todo le empieza a calmar y dar cierto reposo hablar de los que se fueron de aquella forma tan cruel.
-¿En la guerra? –la pregunté mientras fregábamos los platos de la comida.
-Y después –contestó asintiendo-, pero... y eso nos está ayudando a las tres, no recordamos las cosas que duelen que son muchas, sino lo felices que nos hicieron... y esa es una forma de que sigan con nosotras.
 
Aquella tarde, cuando salimos a dar el paseo, Fernanda y la tía se alejaron dejándonos solas. Paramos un poco a descansar cerca del río “porque tú no estás acostumbrada a empujar el carrito y tienes pocas chichas”, me dijo la abuela. Le di la piedra que me pidió y mató una trucha de una sola pedrada. “Aún sigo en forma”, dijo entre risas. Intenté imitarla pero fue imposible y me senté en la hierba mirándola.

-Hábleme de Isabel...
-¡Lo sabía! La Fernanda y mi hermana tendrían que nacer cuatro veces pa saber engañarme y no dejarme echar una buena siesta. Isabel... –suspiró con un gesto de ternura que no había visto nunca-...y tú, las dos, fuisteis las niñas más bonitas... el mejor regalo, y yo os quería con locura... tu madre os convirtió en dos muñecas y casi volvimos a ser felices hasta que enfermó... bueno, las dos os pusisteis malitas... pero a ella le entró un cáncer en la sangre que tu padre no quiso operar... 

Las lágrimas y jadeos entrecortaban su voz, me levanté y la abracé.
 
-No quiero que siga, no me gusta verla llorar.
-.Pero si no... Como quieras...  –dijo apenas sin fuerza en la voz-. Pues háblame tú del recluta ya que estamos de tertulianas y esas dos no van a volver aún.
-¡Abuela! –cómo se había enterado-. El recluta es Morse, el hijo del panadero, y le conoce de siempre...
-¡Pero hasta que no os caséis de ná, que no tengo ganas yo de que escribas a la Elena Francis y se entere tol mundo, Merche!

Me bastó con que la abuela me llamara Merche para saber que había vuelto a quererme.

Los días iban pasando y todo hubiera sido perfecto si el recuerdo, y no saber nada de Morse, no me hubiera creado un vacío, un vértigo emocional que me ahogaba... Sabía que sólo había un sitio donde la nostalgia no pesaría tanto, por eso les dije que al día siguiente me iría a ver amanecer a lo alto de las Hoces del Río Dulce...

-Pues ya que te levantas tan pronto abre a las gallinas.
Mi abuela había cambiado pero no tanto.

El pequeño despertador sonó a las seis y media de la mañana. Medio dormida me puse un pantalón corto, una camiseta blanca de tirantes y las playeras, trencé mi cabello a un lado y preparé la mochila. Agua, una chaqueta porque las tormentas eran abundantes aquel verano y el libro de Miguel Hernández... ¡La gorra! “La gorra pa que no te dé el sol en la cabeza”, me había recordado la abuela hasta la saciedad la noche anterior.

Una tenue luz ambarina iluminaba mis pasos por las desiertas calles. Veía como mis zapatillas blancas guiaban los recuerdos; “Aprende bien el camino, Merche, para volver siempre que apriete la tristeza”, me había dicho Morse la primera vez que fuimos a las Hoces.
Desde el pueblo salí divisando todo el valle manchado de una penumbra clara, el frescor de la mañana me abrazaba mientras oía a unos alborotadores mirlos marcar el sendero. Era mágicamente fantasmal el paisaje... me sentía cautivada y a la vez sorprendida por todo lo que me rodeaba. Cuando llegué a nuestro mirador nacía el sol. Extasiada me senté en la roca, el espectáculo de luz acababa de empezar. Cerraba los ojos y los volvía a abrir inspirando la belleza que me rodeaba. Planeando sobre el amanecer del mundo, la elegancia de un enorme halcón contuvo mi respiración. “A los animales hay que observarles y admirarles, no les tengas miedo, Merche, es casi imposible que ellos te ataquen si tú no les haces nada”, me había dicho alguna vez Morse. ¡Un nido! ¡Un nido de buitres! la hembra estaba incubando... era tan difícil verlo que me levanté despacio para acercarme. Qué bellos tan raros son, y esa protección y calor que la inunda lo cubre todo de ternura aunque sea capaz de matar a quien se acerque al huevo. Suspiré maravillada ante tal lección de amor.

El olor a cantueso iba impregnando de instantes la mañana y me invitaba a bajar hasta la orilla del río. Fascinada dentro de un nuevo amanecer, alguien había detenido la nostalgia.

Comencé a escuchar pequeños ruidos detrás de mí según avanzaba por el camino que llevaba hasta el río. Tan lentos y escurridizos que asustaban. La hierba crujía muy levemente. Me paraba y se paraba. Di una palmada y me giré todo lo rápido que pude. Salió corriendo.
Apenas le vi, pero le adivinaba precioso... era un Bambi de peluche, sabía que a esas horas los corzos solían pastar en el valle. Le seguí hasta que vi otro corzo pastando tranquilamente. Me senté en el suelo, detrás de un frondoso sauce, y me dispuse a esperar sin moverme. Si no me equivocaba la que seguía pastando era una hembra y el macho era el que me había descubierto cuando bajaba al río, ahora debería esperar a que se olvidaran de mí y siguieran con su especie de cortejo. Doña Asunción me había contado que durante el verano, que es cuando están en celo, el macho hace círculos alrededor de la hembra.

1 comentario:

María Narro dijo...

El hombre de mi vida
has sido siempre tu
un año no es un siglo
volveras
y nuestras bocas
de nuevo se unirannn...

ésta antigua canción refleja lo que sentías cuando tu novio se iba a la mili. Merche se queda sin ilusión y la encuentra de nuevo en Pelegrina.