Silencios contados a media voz. Sonrisas
quietas en labios mudos. La historia de una vida y de las vidas que acompañaron
a ésta. La historia de mis gentes, de nuestras gentes, de una guerra entre
hermanos. Historias de la historia trazadas con una pluma ágil, costumbrista,
tan experimentada y precisa como lo es la de los mejores narradores
contemporáneos. Todo eso y más es, Las palabras del viento, de María Narro. Una
obra que, sin lugar a dudas, se merece un puesto destacado en nuestra narrativa
contemporánea. Una historia que te arrancará sonrisas, lágrimas y admiración,
como suele hacerlo un trabajo preciso y lleno de magia”
Antonia J
Corrales. Escritora y Correctora
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Fue un amago de Guernica, lo has hecho de maravilla. Con esa sensibilidad
que roza el dolor sin perder la sonrisa. Sigüenza se merece un sitio en la
historia que le corresponde.
Y tú la has colocado donde se
merece...
Almudena (Madrid)

La novela...

La novela...
(cada capítulo lleva nombre de mujer)

18 sept 2015

Mercedes (6 -I)


Anoche soñé con Isabel.
No quiere que la tenga miedo, ahora quiere estar conmigo y que encontremos juntas a papá. Me dijo que ella me puede ayudar, que mirara dentro…

Tenía tan pocos recuerdos de mi padre que, mientras limpiaba y ayudaba en la cocina aquellos primeros días en las Ursulinas, los repasé uno por uno. La abuela Bernarda le llamaba gitano y hasta una vez dijo que tenía que haber trabajado en el circo como su madre. ¿Titiritando? No. Titiritero, eso, le llamó titiritero. Se me abrieron los ojos como platos y le pedí permiso a la hermana cocinera para ir al retrete; en su lugar atravesé un patio y fui a mi habitación. Rebusqué entre unas viejas fotografías y la encontré. Una muchachita bellísima con los ojos rasgados, muy morena, como papá, bajo la carpa de un circo. Por detrás ponía: Encarna 1.911.

Ursulinas, Sigüenza.
Había empezado a ir a clase dentro del mismo colegio donde trabajaba cuando acababa mis tareas de limpieza y de ayudante de cocina. Estudiaba lo que era para mí el séptimo grado de la E.G.B, pero todas mis compañeras sólo aprendían a leer y a escribir. Eran mujeres mayores y yo la única niña de catorce años. Nuestra profesora era Fernanda, la hija de leche de mi tía, y a ella no le podía decir a quién estaba buscando ni que ya sabía quien era mi abuela paterna, así que, una noche cuando acabaron las clases, le pregunté a mi compañera de pupitre:

-¿Sabes dónde viven los titiriteros?
-Donde tengan instalado el circo –me contestó con prisa.
-No, me refiero a que dónde viven aquí en Sigüenza.
-Que yo sepa ahora no hay titiriteros aquí; hasta mañana, Mercedes –dijo sin darse cuenta de mi decepción.

Ahora no hay titiriteros... recordaba mientras me dirigía a mi habitación arrastrando los pies. Ahora no hay… sor Dolores me había dicho que cogiera algo de la cocina después de las clases, pero no tenía hambre. Me desvestí y mientras me ponía el camisón cerré los ojos buscando a mi hermana. Ahora no, le dije, … ¿y en la fiesta de San Roque? –pensé en voz alta de repente y de nuevo esperanzada-. Aunque aún queda mucho hasta agosto, pero le vamos a encontrar, no te preocupes.
 
Llegó el sábado por la tarde, no me apetecía mucho dar vueltas por el pueblo sin saber hacia dónde ir. Acabé mis tareas y decidí descansar en la sala común mirando mi reciente descubrimiento: la televisión. Con suerte volvería a ver El Santo y cogería silla en primera fila para las galas de por la noche.

Nada más sentarme la hermana encargada de la portería me llamó desde el pasillo. Olvidándome del descanso salí fuera. Me acerqué sin ganas a ella y me dijo:

-Un tal Javier Salgado te está esperando en la puerta.

-¿Y qué quiere? –pregunté sin conocer a ese tal Javier Salgado.

-Pues no lo sé... como no se le haya olvidado a su padre dejarnos algo de pan ésta mañana y quiera dártelo a ti...

-¿A mí... y por qué me va a dar pan a mí? ¿Pan?... ¿su padre? –y como si se hubieran encendido todas las luces a la vez grité- ¡Morse!
-Ave María Purísima ¿qué dice ésta chica?
-No, nada –le dije dándole mi bata gris para que me la guardara –le dices a Sor Dolores que son las cinco y me voy hasta las ocho.

Salí corriendo y no paré hasta que le vi sentado en el bordillo de la puerta principal del colegio. Me paré en seco aunque pensaba abrazarle.

-¡Merche! –dijo levantándose de un salto como si no esperase verme.

Había imaginado y ensayado tanto nuestro reencuentro, quería decirle tantas cosas...

-¿Por qué has dicho que te llamas Javier Salgado?
-Porque me llamo así –dijo cogiéndome una mano y comenzando a caminar alejándonos de las Ursulinas por el paseo de la Alameda.
 
Me picaba el estómago de los nervios y sentía su corazón en mi mano. Nos sentamos en un banco buscando el sol que ya se iba en aquella tarde de primeros de octubre. Después de preguntarme qué tal estaba mi abuela y yo mencionar a casi toda la gente del pueblo, nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos, y me abrazó. Y yo le abracé con miedo de perder el único hogar que conocía. Solté mi angustia convertida en lágrimas por estar tan sola, por estar lejos de mi pueblo, por la enfermedad de la abuela que había endurecido mi vida mucho más... por no encontrar a papá.

-¿Pero cómo sabes que está aquí? –preguntó Morse cuando dejé de llorar y le hube contado que mi padre estaba en Sigüenza.
-Mi abuela se lo dijo a su hermana sin saber que yo las escuchaba –dije separándome un poco de él ya que no quería que nadie del convento nos viera.
-Pues... en ese caso ¡vamos! –dijo a la vez que se ponía de pie y casi me arrastraba  a su lado sin soltarme de la mano.

Morse pasaba la tarde en Sigüenza porque su padre participaba en un campeonato de mus. Si alguien sabía si estaba allí era él.

-¿Álvaro? –preguntó cuando por fin pudimos hablar con él mientras se tomaba una cerveza en un descanso-. Sí, vive aquí pero ahora anda por Toledo.
-Con el circo –apunté yo.
-¿Qué circo? –preguntaron Morse y su padre mirándome con cara de alucinados.
-El de los titiriteros, claro –aclaré con seguridad.
-Que yo sepa la única que ha tenido algo que ver con un circo fue tu abuela Encarna cuando era pequeña, tu padre está trabajando en la construcción de una autopista en Toledo desde hace meses, por eso –dio un trago mirando a sus compañeros de partida que se volvían a sentar-, imagino que no fue a buscarte cuando tu abuela se puso mala.
Demasiada información.
El padre de Morse acababa la cerveza y se disponía a reiniciar el campeonato.

-¿Y antes...? ¿Por qué no fue a buscarme antes? –le pregunté con prisa mientras se sentaba.
-Eso se lo debes preguntar a él, yo sólo sé que cuando fue a verte a casa de doña Asunción tu abuela casi le mató a pedradas –me dijo apretando los labios y concentrándose en las cartas.

Morse y yo salimos del bar donde se celebraba el campeonato de mus. Cogió de nuevo mi mano y caminamos en silencio por la calle Mayor. Pasamos al lado de la catedral que se me antojó tan terriblemente hermosa como siniestra.

-¿Cuándo volverás? –le pregunté mientras se empezaban a encender las luces de la calle.
-Desde que trabajo con mi padre tengo más dinero para venir... pero no lo sé –dijo llevándome a un rincón.

Me abrazó tan fuerte que, por un momento, olvidé todo lo que no fuera sentirme parte de su piel. Necesitaba su calor y él me hacía vivir. Le  oí decir que me quería antes de aplastar su boca contra mi boca sin dejarme casi respirar.

Pegada a ti..
la vida nace pegada a ti.

Escribí en mi cuaderno por la noche antes de quedarme dormida.

Varios días después mientras fregaba las escaleras que conducían a los dormitorios, oí una conversación de quienes deberían haber sido mis compañeras. Hablaban de que una de ellas ya tenía novio y sabía besar.

-¿Con lengua o sin lengua? -preguntaron.

Yo dejé de mover el trapo mojado en amoniaco para escuchar mejor.

-Sin lengua claro –dijeron-, aunque con lengua dice mi novio que es como si chuparas un caramelo.
-¡Chica, qué asco! -dijo otra.

Intentaba contener la risa a la vez que movía mi lengua, cuando Sor Dolores me dijo:

-Mercedes ¿qué haces?
-Descansando, hermana –dije incorporándome y masajeando mis rodillas-, y... rezando, madre superiora, rezando mucho.
-¿Y qué te pasa en la lengua? –preguntó dirigiéndose al cuarto de las chicas que hablaban.
-¿A mí? –dije en voz alta-, nada, madre superiora.

1 comentario:

María Narro dijo...

pasé los veranos de mi adolescencia en Esplegares, las chicas del pueblo estudiaban internas en las Ursulinas y los chicos en la SAFA. Aquello no me era desconocido...